Cultura

Radiografía de la depresión


Lo que no tiene nombre. Piedad Bonet. Alfaguara. México, 2025.
Lo que no tiene nombre. Piedad Bonet. Alfaguara. México, 2025.

​En la rueda de la fortuna que es la vida, pocos se ocupan de contar lo que les sucede cuando están abajo y el desasosiego es parte de sus días. Todos, como padres y madres, solemos referirnos a los éxitos de nuestras hijas, hijos, hijes y, acaso, evitamos nombrar sus caídas; quizá porque al hacerlo también nos reconocemos como parte de esos momentos.

La palabra fracaso, aunque la conozcamos y sepamos de sus implicaciones, la mayoría de las veces es algo que no queremos que se vea: la sepultamos y no permitimos que caiga sobre ella el mínimo rayo de luz para hacerla visible ante los demás. Así reaccionamos con tal de evitar el escrutinio, la crítica.

Hay muchos libros que hablan de la muerte de un ser querido: cónyuge, hijos, hermanos. El duelo es un asunto que forma parte de la literatura desde la antigüedad. En medio de esas pérdidas a los que amamos, nos derrumbamos, pero también nos reconstruimos. Este libro narra cómo una madre pierde a su hijo y, al mismo tiempo, es una crónica de un fracaso, un manto que cubre a varios implicados: psicólogos, psiquiatras, padres, hermanos, amigos, maestros, conocidos e, incluso, la sociedad en general.

Piedad Bonet (Amalfi, Colombia. 1951) es una poeta, narradora, ensayista y maestra de literatura que comparte su experiencia atroz, el suicido de su hijo Daniel. El libro podría ser otro de tantos más, pero se distingue por el arduo examen de conciencia que elabora, paso a paso, tras la decisión de Daniel.

Un padecimiento común en esta época es la depresión. Cada vez es más frecuente enterarnos que alguien cercano libra una batalla contra este malestar. Galeno, referido por el neurólogo Jesús Ramírez Bermúdez en Depresión. La noche más oscura, solía clasificar a las personas como “melancólicas, flemáticas,  sanguíneas y coléricas, de acuerdo al predominio respectivo de bilis negra, flema, sangre o bilis amarilla”; no obstante, esta tipología ha carecido de validez científica, anota el escritor. La Anatomía de la melancolía, de Robert Burton, un libro espléndido, figura como un antecedente importante del siglo XVII, en donde se habla de temor, tristeza y delirio sin fiebre. Aunque es el término “lipemanía”, aportado por Esquirol, que se refiere a un trastorno en el cerebro acompañado de un estudio de las emociones, lo más cercano a lo que ahora conocemos como depresión.

“Esther Seligson, una escritora mexicana, escribió sobre Adrián, su hijo, el cual se lanzó desde el balcón en su presencia, que a pesar de su cercanía de madre este le había empezado a parecer más ajeno y más extraño a medida que su mundo interior se hacía más hondo. Yo, como ella, desconocía una parte del alma de Daniel. Lo intuía, sí, con la fuerza de la empatía que crea el vínculo materno, y esa intuición me permitía saber si sufría, si estaba enamorado o contrariado con el mundo”, señala Bonett (pág. 50).

Seligson recupera un diario de Adrián y sus dibujos en Simiente. En cierta forma es parecido a lo que le sucede a Bonett, quien también decide incluir trazos de Daniel, artista plástico. No obstante, lo que las distingue es el rumbo de su literatura. Mientras Seligson va a intentar, con la poesía y el ensayo, un acto de reconstrucción en su vida; por su parte, la escritora colombiana elabora una crónica de lo sucedido y una recapitulación de la historia de Daniel que permite a todos entender las equivocaciones cometidas.

En Seligson prevalece un trabajo de introspección, con logros poéticos e instantes que cimbran. En ese estado de recuperación incluye recuerdos y la esencia de su maternidad que incluye a su propia madre. Somos testigos de un proceso de cómo Esther Seligson vuelve a respirar, aunque su vida ya no fue la misma. Tras la muerte de su hijo, diez años después, le descubrieron un problema cardiaco y prefirió no someterse a ningún tratamiento. Tal vez se trataba del estado de salud de un corazón fracturado, que ya no soportaba más desesperanzas.

Bonett, al compartir su dolor, nos hace partícipes de esos días y noches complejas. No intenta que desaparezca eso que la consume, pero sí desea comunicar un arduo examen de conciencia, una larga lista de ineptitudes médicas para evitar que se presenten situaciones como esta. Freud señala que en la melancolía hay una pérdida de interés por el mundo exterior, la capacidad de trabajar y amar. Así le ocurrió a Daniel, tuvo lugar lo que para los especialistas se  denomina, “tormenta perfecta”. Piedad Bonett acude a otros escritores para cobijarse y entender la tragedia. Su mirada está atenta a una serie de revelaciones que la conducen a la reflexión. “Somos como moscas en las manos de los dioses”, es una frase de Shakespeare que incluye en este ensayo.

Bonett cuenta a un clan que la respalda y entre todos abrazan la pérdida; en cambio, Seligson sólo se tenía a ella misma.

Cada vez hay más casos de trastornos psiquiátricos. Vidas complejas, oscuridades. No sólo los médicos, las familias, los amigos, fracasan, sino todos como sociedad. Llueven cifras de forma escalofriante, ninguna sociedad debería considerarse de primer mundo si hay altos índices de suicidio. Libros como los de Seligson, Bonett y Han Kang, específicamente en La vegetariana, premio Nobel de Literatura en 2024, vienen a recordar nuestros pendientes: empatía, red de apoyo consciente y buscar más diagnósticos clínicos, no quedarse con los de siempre.

“El dolor se apacigua al ser compartido con otros”, sentencia Bonett.


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Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • [email protected]
  • Ensayista, crítica literaria y docente. Fue editora de la sección Cultura en la revista Cambio.
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