Cultura

Las glorias del gran Bonifaz Nuño

El 12 de noviembre de este año celebramos el centenario de Rubén Bonifaz Nuño. Me agrada recordar que iniciamos el 2023 conmemorando los cien años del nacimiento de Ricardo Garibay, el 18 de enero, y finalizamos con otro gran escritor. Además de que fueron contemporáneos, los unió una entrañable amistad y admiración mutua; situación que no siempre ocurre en los círculos literarios de México o de otro país.

Entre los diecinueve y los veinticuatro años, Garibay se ejercitó en lo que llamó gimnasia literaria; emprendía largas caminatas nocturnas por el Paseo de la Reforma acompañado de Bonifaz Nuño y de Jorge Hernández Campos. En esta edición se incluye una separata iconográfica, en donde es posible saber quiénes eran los amigos cercanos de Bonifaz y qué reconocimientos recibió en su carrera literaria. Hay una fotografía en la que se ve acompañado de Garibay y de Henrique González Casanova. Las imágenes forman parte de la colección gráfica de Paloma Guardia Montoya, quien durante varios años fue su asistente en su oficina de la Biblioteca Central de la UNAM. Este apartado abre con el retrato que Arnaldo Coen hizo del poeta, lienzo que forma parte de la colección de El Colegio Nacional y que está fechado en 2009, cuatro años antes de que Bonifaz falleciera. En la mayoría de las imágenes el escritor se muestra carismático, hace un gesto de aprobación o, en todo caso, como ocurre con el cuadro de Coen, sonríe con la mirada.

El libro se encuentra dividido en dos partes: poesía y prosa. Se incluyen —de manera íntegra— tres poemarios: La muerte del ángel (1945), El manto y la corona (1958) y La flama en el espejo (1971); también fragmentos de sus libros: Los demonios y los días (1956), Fuego de pobres (1961), As de oros (1981), El corazón de la espiral (1983), Albur de amor (1987) y Calacas (2003). En la sección de la prosa se añaden un par de discursos, cuando ingresó a la Academia Mexicana en 1963 y a El Colegio Nacional, en 1972; y tres ensayos: “Catulo y su obra”, “Introducción a Propercio”, y uno sobre el artista plástico Ricardo Martínez, pintor que motivó varias reflexiones de Bonifaz Nuño. Vicente Quirarte realizó la selección y el prólogo, texto en donde aborda la solidez y la destreza en la obra de Bonifaz.

Siempre hay una presencia femenina que ronda en sus versos, figura que a medida de que se avanza en la lectura termina por convertirse en la muerte. Si ya se veía anunciada en su poesía, en 2003, El Colegio Nacional le publicó Calacas, poemario en el que mezcla de manera ocurrente lo dicho por otros poetas que van desde Homero hasta Gutiérrez Nájera.

Alguna vez tuve la oportunidad de entrevistar a Rubén Bonifaz Nuño y le pregunté qué tan importante era para él hallar un lenguaje que no fuera barroco, y respondió: “No busco complejidades sino simpleza. Busco lo que la gente pueda admitir sin esfuerzo, con las orejas. La poesía se escribe principalmente para los oídos; entonces lo que se oiga más fácilmente, lo que se puede hilar rápido a través del oído es lo que trato de hallar. Uno como poeta debe buscar ritmos nuevos, métricas, novedades en nuestra lengua. Por ejemplo, versos acentuados en la quinta sílaba que no son comunes, combinaciones raras como de diez con nueve sílabas. Así, tratando de decir lo mismo de otra manera. Los versos que escribo son la única manifestación libre que hay en mi vida”.

Rubén por nosotros. Rubén Bonifaz Nuño. Pértiga. Fundación para las Letras Mexicanas/ UNAM/ Universidad Veracruzana/ El Colegio Nacional. México, 2023.
Rubén por nosotros. Rubén Bonifaz Nuño. Pértiga. Fundación para las Letras Mexicanas/ UNAM/ Universidad Veracruzana/ El Colegio Nacional. México, 2023

Quirarte comparte una breve misiva que Alfonso Reyes le escribió al poeta: “Sus Demonios y los días me han conmovido profundamente: poesía dignísima, pero reveladora de algo como una catástrofe interior; que atribuyo a la maldita época que vivimos. Usted merece más alegría. Lo abraza cordialmente por la belleza y la verdad de sus versos, y quisiera saberlo feliz”.

El escritor coleccionaba caleidoscopios. Cada vez que uno de sus amigos iba de viaje y le decía si quería algo de aquella travesía, él pedía un caleidoscopio. Llegó a tener más de una centena de ellos. Lo imagino viendo, pacientemente, las figuras entre luces y sombras que se forman con los cristales multicolores. De formas caprichosas, creativas, nada convencionales. Acaso con la misma paciencia escribía poesía, adelantándose a nuevos engarces del lenguaje, a distintas maneras de ver la realidad, el amor, los héroes, el desamor, entre luces y sombras, y un atisbo de esa catástrofe interior que señala Reyes.

Rubén Bonifaz Nuño nació en Córdova, Veracruz, dedicó su vida a la traducción de los clásicos —griegos y latinos—, a escribir ensayos sobre los antiguos pobladores del México prehispánico, a la docencia y a la poesía. Su padre, Rubén Bonifaz Rojas, era telegrafista, originario de San Cristóbal de las Casas. Y su madre, Sara Nuño Scott —como la emulsión, bromeaba el poeta—, nació en Mazatlán, Sinaloa, y perteneció a las fuerzas armadas de la División del Norte. Solía rememorar que su madre había sido partidaria de Porfirio Díaz, pero que luego su visión cambió. En aquel momento Francisco Villa era enemigo del gobierno constituido y ella decidió unirse a las fuerzas villistas —con grado de coronela— para combatir a Carranza.

En el libro Signos vitales, la periodista Iris Limón se dio a la tarea de buscar a los amigos de Ricardo Garibay. Ella conversó con Bonifaz Nuño y recupera esta remembranza: “El reconocimiento público a Garibay como escritor lo oí yo después de su muerte, cuando un funcionario de Educación lo puso al mismo nivel de Octavio Paz y Jaime Sabines. Yo pienso que Garibay era, con mucho, más sabio y opulento que Jaime Sabines como escritor; y, sin embargo, durante mucho tiempo trataron de considerarlo como si no fuera nadie. ¿Por qué? Por su manera de ser, por sus ganas de estar continuamente en violencia contra el mundo. Simplemente, si podían premiar a otro en vez de a él, lo premiaban. Era una manera de no hacerle caso. No había nada expreso contra él, más que el silencio. Tenía sentido del humor, era simpático, sabía contar cuentos, sabía reírse. Él presumía que era actor; además, lo fue en la radio, con Pura Córdoba. Alguna vez Octavio Paz le dijo:´Tanto teatro para acabar haciendo cine´”.

Despedimos el año con dos grandes autores que cumplieron centenarios, dos amigos, un par de conciencias insobornables, lúcidas.


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Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • [email protected]
  • Ensayista, crítica literaria y docente. Fue editora de la sección Cultura en la revista Cambio.
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