Con una riqueza estimada en 486 mil millones de dólares-una cuarta parte del PIB de México-, el hombre más rico de la tierra, Elon Musk, fue designado por el recién electo presidente, el también multimillonario Donald Trump como miembro de su gabinete ampliado, para encabezar el Departamento de Eficiencia Gubernamental (Doge).
Esta dependencia, todavía extraoficial, pues su constitución formal depende todavía de la aprobación por parte del Congreso estadounidense, estará encargada de reestructurar el gobierno federal de los Estados Unidos y eliminar regulaciones para reducir los gastos y supuestamente aumentar la eficiencia gubernamental.
Nacido en Pretoria Sudáfrica en 1971, en pleno auge del apartheid, en el seno de una familia acomodada, que, supuestamente, se lucró con la explotación trabajo infantil en las minas de esmeralda de ese país. Musk incrementó exponencialmente su fortuna mediante la venta de su empresa PayPal a eBay en 2002, por un monto estimado de 1, 500 millones de dólares, lo que le permitió establecer SpaceX, una empresa de servicios de vuelos espaciales. Incursionó también de manera temprana como inversionista, que no como innovador, en la naciente industria automotora eléctrica en Tesla Motors, al aportar la mayor parte del capital para su lanzamiento y al asumir el cargo de director general de la empresa. Obtuvo la nacionalidad estadounidense apenas en 2002.
A partir del 20 de enero aunará a su inmenso caudal un poder e influencia políticas considerables e inéditos en el país más rico y poderoso del globo.
En octubre de 2022 Musk concluyó el proceso de adquisición de la influyente red social Twitter, a la que rebautizó como X, lo que le confirió una plataforma con presencia ubicua desde la cual difundir su credo e ideología. Con 212 millones de seguidores en X, Musk es, de lejos el personaje con más resonancia en dicha red. Barack Obama, el segundo más seguido, tiene 131 millones.
Durante la campaña que precedió a la elección presidencial de noviembre pasado Musk utilizó sin reservas su popularidad e inmensa fortuna para impulsar a Trump a la victoria. No sólo donó más de 119 millones de dólares a su comité de acción política, sino que pasó semanas antes de las elecciones animando a los votantes en estados clave en el campo de batalla a acudir a las urnas, ofreciendo premios de un millón de dólares, acompañando a Trump en varios mítines y diseminando desinformación, bulos y paparruchas adversas a los demócratas en X.
En diciembre pasado Musk cimbró la escena política internacional, al expresar su apoyo público al partido alemán de extrema derecha Alternativa por Alemania (AfD)a través de un tuit en su red social en el que proclamaba: “Solo AfD puede salvar a Alemania”. La bravata provocó reacciones airadas no sólo del gobierno alemán, quien acusó a Musk de intentar interferir en el proceso electoral anticipado que tendrá lugar el 23 de febrero próximo, sino de parte del líder de los democristianos y favorito en los sondeos, Friedrich Merz.
Más de 60 universidades y austriacas anunciaron su decisión de dejar la red social X en un comunicado en el que afirmaron que “los valores de la diversidad, la libertad y la ciencia ya no están presentes en la plataforma”, Impertérrito, Musk acompañó su baladronada de una sarta insultos pueriles y zafios contra el canciller Olaf Scholz y el presidente de Alemania, Frank-Walter Steinmeier.
Desde su plataforma Musk ha buscado de diversas maneras desestabilizar a la democracia en Europa y a la propia integración europea. Ha declarado abiertamente su objetivo de desbancar a Keith Starmer, quien lleva escasos seis meses como primer ministro del Reino Unido, a quien ha llamado “maligno”, acusado de complicidad por omisión en el caso de las bandas pakistanís de violadores de menores de edad, cuando era fiscal del Estado, por medio de un memorando sin fundamento, alimentando una nueva oleada de desinformación, y contra quien ha lanzado una retahíla de señalamientos virulentos y mendaces.
Recientemente emprendió una nueva embestida contra el ex primer ministro laborista Gordon Brown, al tiempo que primero se alineó con Nigel Farage, sólo para poco después desestimarlo como demasiado tibio, al no defender al incluso más extremista Tommy Robinson, a quien llamó “preso político de Starmer”, queriendo reemplazar a Farage como líder del Reform UK Party, partido que fundó y del que es virtual dueño, por Rupert Lowe, millonario xenófobo, quien funge como diputado en Westminster por el distrito de Great Yartmouth .
De modo inverso, no ha escatimado elogios para Giorgia Meloni, Alice Weidel, candidata a Canciller de Alemania por la AfD, a quien dio amplia tribuna y difusión en una conversación difundida en vivo en su plataforma X, o bien a Viktor Orbán, Eric Zemmour, Geert Wilders, entre otros ultramontanos y extremistas.
En su discurso de despedida, el presidente saliente Joe Biden alertó sobre la amenaza que representa para el futuro de la democracia liberal estadunidense el ascenso de una “oligarquía de ultrarricos” que amenaza su viabilidad, al concentrar el poder económico y político en manos de unos cuantos.
Su admonición no fue infundada; en la toma de posesión de Trump a los multimillonarios directores ejecutivos de las principales empresas tecnológicas, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Tim Cook, Zhang Yiming, además de al propio Musk, les fueron asignados asientos de privilegio, junto con extremistas como Javier Milei, Marion Maréchal, Jair Bolsonaro-quien al final no pudo acudir por veto de la Corte Suprema de su país-, Nayib Bukele y Wilders, entre otros.
En la portada del más reciente número de la revista New Yorker, Musk aparece a la izquierda de Trump, ambos jurando sobre una biblia en la toma de posesión. La mano de Musk es ostensiblemente más grande que la de Trump. En las redes sociales-señaladamente en X-, legión lo llama, desde ahora, “President Musk”. Algunos con sorna, pero muchos más con admiración, lo cual da cuenta de su enorme capacidad de erosión. Ese mandatario alternativo acaba de provocar un nuevo escándalo al ejecutar un gesto arrebatado con el brazo derecho extendido por todo lo alto, que muchos identificaron con el saludo romano, retomado por Mussolini y magnificado por Hitler, quien lo convirtió en la seña de identidad más célebre del nazismo.