Cultura

¿Qué tanto de lo que somos pertenece a quienes ya no están?

Hay recetas que no están escritas. Viven en las manos que alguna vez amasaron el pan, en los silencios de una cocina donde el tiempo se medía por el olor y no por el reloj. Hay palabras que ya no se dicen, pero nos habitan.

Vienen de abuelas que curaban con rezos, de madres que tejían con paciencia los hilos invisibles de la educación, de padres que enseñaban con miradas más que con discursos. Y sin embargo, aunque ya no estén, seguimos caminando con sus enseñanzas a cuestas. ¿No será que de alguna manera somos la prolongación emocional de nuestras familias?

Las tradiciones no siempre están en los altares públicos, a veces se esconden en los pequeños rituales cotidianos: ponerle limón a todo, quitarse los zapatos al entrar a casa, decir “provecho” aunque no estemos comiendo. Pequeños gestos que se vuelven grandes símbolos. La cultura familiar es eso que se hereda sin firmar, pero se guarda como si valiera oro. Porque vale más.

En muchas casas mexicanas, la mesa fue el primer escenario donde se aprendió el respeto, el cariño, la autoridad y la risa. No por nada los platillos tienen nombres que suenan a cariño: el caldito de mamá, las tortillas de la tía, el arroz “como lo hacía la abuela”. No hablamos solo de comida, hablamos de memoria comestible, de recuerdos que saben, huelen y hasta sanan. Comer juntos es un acto cultural. Es volver a reunir lo que el tiempo ha dispersado.

Pero también hay palabras que ya no escuchamos. Las que decían los mayores con sabiduría sencilla: “lo que bien se aprende, jamás se olvida” o “el que no oye consejo, no llega a viejo”. Frases que hoy suenan lejanas pero que viven agazapadas en el fondo de nuestra conciencia, apareciendo justo cuando más las necesitamos. Esas voces que ya no están, a veces nos susurran cuando creemos estar solos.

Y entonces, sin darnos cuenta, repetimos las historias, las formas de amar, los modos de proteger. Hacemos el café como lo hacía el abuelo. Le contamos cuentos a nuestros hijos como nos los contaron a nosotros. Llevamos en la voz las inflexiones de quienes nos criaron. Porque no se van: se transforman en gestos, en decisiones, en canciones que cantamos sin saber de dónde las aprendimos.

Quizá ese sea el verdadero legado: no las cosas que se guardan en cajas, sino aquello que nos moldea el carácter, nos templa el alma y nos recuerda de dónde venimos. Tal vez no todos pudimos tener una familia amorosa, pero todos hemos sido tocados por alguna figura que nos enseñó a mirar el mundo con otra luz: una maestra, un vecino, un hermano mayor. Porque la familia también se elige y la cultura se adopta con el corazón.

Hoy, en medio de un mundo que corre sin mirar atrás, vale la pena detenernos y preguntarnos: ¿a quién le debemos lo que somos? Y más aún, ¿qué de nosotros quedará en los que vienen? Somos el reflejo de quienes nos amaron primero. Un eco, una receta, una palabra… que sigue viva gracias a nosotros.


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Magda Bárcenas Castro
  • Magda Bárcenas Castro
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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