Desde principios de este año he estado ausente por causas creativas, me propuse iniciar a escribir mi siguiente libro, sin embargo, empecé a recibir llamadas de amistades preocupadas porque no les llamaba, veía o enviaba mensajes.
Algo completamente normal para mí como escritora para otras personas fue extraño, hablé con los que pude acerca de mi momento de introspección por la literatura, pero no tuve energía para decírselo a todos.
Fue entonces cuando, inspirada por el momento, decidí escribir esta columna. Porque definitivamente hay días en los que el alma no tiene ganas de socializar, aunque el calendario nos insista con fechas de cumpleaños, reuniones o cafés postergados.
No es tristeza ni tampoco desinterés; es simplemente un susurro interno que nos pide silencio, pausa, y —sobre todo— espacio.
¿Cuántas veces nos hemos sentido culpables por no asistir a una reunión con amigos, por no responder un mensaje de inmediato o por no tener ánimos para conversar? La sociedad nos ha enseñado que estar disponibles todo el tiempo es sinónimo de afecto, y que el aislamiento, en cambio, se asocia al desamor o a la depresión.
Pero no siempre es así. A veces, simplemente, necesitamos nuestro espacio, nuestro tiempo para reflexionar.
Desde la psicología, este proceso se define como: autorregulación emocional, una estrategia que nos permite hacer una pausa para reconectar con nuestras emociones y reorganizar nuestras prioridades.
Según el psicólogo James Gross, de la Universidad de Stanford, regular nuestras emociones implica también tomar distancia de estímulos sociales que podrían agotar nuestra energía.
No se trata de huir del mundo, sino de entrar en una fase de preservación emocional, en donde el encuentro más importante es con uno mismo. En su libro “El poder de la quietud”, Susan Cain—autora de El poder de los introvertidos—sostiene que el silencio y la introspección no son estados de carencia, sino de abundancia.
Cain explica que vivimos en una cultura que sobrevalora la extroversión y que juzga el retiro como una anomalía, cuando en realidad puede ser un acto profundamente creativo. Guardarse es muchas veces sembrarse. No estamos huyendo: nos estamos reacomodando.
Y sí, hay etapas en donde, aunque todo afuera parezca ir bien, por dentro sentimos que no es nuestro mejor momento. El entusiasmo se dosifica. Las palabras no fluyen. El contacto se percibe denso.
La luz que normalmente encendemos para iluminar a otros, está siendo redireccionada hacia nuestro interior. Esto no es egoísmo, es cuidado personal.
En plática con amigos cercanos, más de una vez he escuchado a personas decir: “No sé qué me pasa, no quiero hablar con nadie”. Y cuando pregunto qué ocurre dentro de ese silencio, las respuestas suelen ser reveladoras: “Estoy planeando algo nuevo”, “Me estoy repensando”, “Quiero ordenar mis ideas antes de compartirlas”.
No es un vacío, es un laboratorio. Ahí, en esa soledad electiva, se incuban futuros proyectos, cambios de rumbo, y versiones más sinceras de nosotros mismos.
Es por eso que justo hoy decidí romper un poco el silencio con palabras que puedan hacer entender a los demás de que esto es completamente normal y que a su vez sea un estímulo para poder entender a los demás.
A esos que pasan por estas mismas circunstancias, quizás también se están reacomodando y guardando su energía para aquello que los hará feliz.
Tal vez hoy no tengas ganas de ir al cumpleaños de tu mejor amiga. Tal vez te cuesta contestar ese mensaje que no requiere urgencia, pero sí energía emocional. No está mal, deja de culparte, de señalarte o de reclamar tiempo que no puedes entregar ahora.
Tal vez hoy sólo quieras estar contigo, con tus ideas, con tu música, con tu libreta de apuntes o con esa serie que te hace pensar. Y eso está bien.
Ser auténticos también implica reconocer nuestros límites y honrarlos. La vida es cíclica y cada tanto nos pide cerrar la puerta, no por indiferencia, sino por necesidad. No es una caída. Es un paréntesis.
Y a veces, en los paréntesis, se escriben las mejores historias. Den espacio y tiempo a quienes hoy han elegido resguardarse.
No todos los silencios son distancia, a veces son formas de reconstrucción. Permítanles habitar su impasse sin juicios ni prisas, porque quizá están gestando algo poderoso en la quietud. Y cuando decidan volver —cuando su alma esté lista para salir de nuevo al mundo — regresarán con la luz renovada, con proyectos entre las manos y con la mejor versión de sí mismos. No por haber huido, sino por haberse encontrado.