Escribir no siempre es fácil. A veces sentimos un impulso fuerte por contar algo, pero al momento de sentarnos frente a la hoja, aparece la duda, la inseguridad o esa sensación de no ser suficientes.
¿Escribes algo y luego lo borras? ¿Sientes que todo lo que escribes suena mal? Si te ha pasado, no estás solo. Escribir es un acto íntimo, valiente, y también profundamente humano. No necesitas haber publicado un libro ni tener años de experiencia para expresar lo que llevas dentro.
Si estás comenzando a escribir, o si llevas tiempo haciéndolo pero a veces te bloqueas, este texto es para ti. Porque la confianza en lo que uno escribe no nace de la perfección, sino del permiso que nos damos para ser auténticos.
Esa vocecita interna que susurra cosas como: “nadie va a leer esto” o “no soy un verdadero escritor”, no es exclusiva de quienes comienzan a escribir. Es, de hecho, una sombra familiar incluso para autores consagrados. La diferencia entre quienes escriben ocasionalmente y quienes logran desarrollar su obra con constancia, no está en la ausencia de dudas, sino en la forma en que conviven con ellas.
Uno de los aprendizajes más valiosos para cualquier escritor es entender que escribir y corregir son dos actos completamente distintos. El error más común —y también el más paralizante— es querer hacer ambas cosas al mismo tiempo. Es como construir una casa y demolerla ladrillo por ladrillo antes de ver si el diseño funciona. Si pretendes que el primer borrador sea perfecto, es probable que nunca termines ni el primer párrafo.
En los procesos creativos, la libertad es una herramienta imprescindible. Dejar fluir las ideas, aun cuando parezcan torpes, desordenadas o incompletas, es el primer paso para encontrar tu voz.
Por eso, una práctica sencilla pero poderosa consiste en escribir durante tres minutos sin parar, sin corregir, sin juzgar. No importa si hay repeticiones, errores gramaticales o frases inconexas. El objetivo es entrenar tu mente para dejarse llevar, sin la intervención inmediata del editor que todos llevamos dentro.
Confiar en lo que escribes no significa pensar que todo lo que haces es brillante. Significa permitirte ser imperfecto durante el proceso. La escritura mejora con el uso, no con la parálisis de la autocrítica. Cuando escribes sin censura, te conectas con tu instinto narrativo. Y esa conexión es mucho más valiosa que cualquier redacción impecable en un primer intento.
La revisión llegará después, con ojos más serenos y mente más clara. Ahí podrás elegir qué conservar, qué pulir y qué descartar. Pero primero hay que escribir. Hay que confiar en que algo valioso puede surgir del caos inicial. Porque sí: lo más importante de escribir no es sonar perfecto, sino ser auténtico. Y la autenticidad, a diferencia del juicio, siempre encuentra lectores dispuestos a escuchar.