Tal vez la mayor y más importante diferencia entre los humanos y el resto de los animales, sea ese prodigioso proceso mental llamado “inteligencia”, mediante el cual aprendemos, razonamos y procesamos ideas complejas, para así tratar de resolver nuestros problemas de adaptación y sobrevivir y desarrollarnos en lo físico, lo espiritual y lo intelectual.
En ese largo recorrido desde la rústica cueva hasta el desmedido estatus de confort actual, el arte ha sido desde siempre una herramienta con la que intentamos comprender y explicarnos el mundo y la vida que nos toca vivir, donde tratándose de la literatura y en particular del género dramático, el mundo es el escenario y la vida el papel que en ese foro todos interpretamos, en el que a veces nos toca llorar y otras reír, drama que ya hace 2500 años los antiguos griegos simbolizaban con las conocidas máscaras de la tristeza y la alegría; la tragedia y la comedia.
Es en esta dicotomía existencial, en medio de la cumbre política en Washington convocada por Donald Trump con el tema de Ucrania, en la cual en teoría se decidirá la paz o la guerra, es decir; la vida o la muerte para millones de seres humanos, que con intención o sin ella hizo su sutil aparición el sentido del humor de Zelensky.
Cuando el reportero Brian Glenn, aliado incondicional de Trump, quien el pasado mes de febrero criticara el corte militar de su indumentaria y ahora halagara el sobrio atuendo del Presidente ucraniano, éste se limitó a responderle:
“Sí, yo traigo otro traje, pero tu traes el mismo”.
En el gran teatro del mundo, a veces tenemos que cambiar de traje para satisfacer el capricho de los poderosos, sobre todo como cuando como en este caso, lo que está en juego es la amenaza de que el problema escale a niveles de un conflicto nuclear, entonces y más allá de la diplomacia cosmética, lo que en verdad importa es lo que realmente creemos, pensamos y somos, más allá del atuendo.