Cultura

Motivos del habla

Jorge F. Hernández
Jorge F. Hernández

Desciendo de un par de choznos que quizá explican la propensión de mi familia por hablar sin parar, fabular como digestivo diario y en mi caso, escribir novelas y vivir del cuento. Sucede que mis choznos —hijos gemelos de mis tatarabuelos— nacieron rubios, de ojos azules y en Guanajuato. Desde sus primeros días fueron bellos muñequitos que portaban listones de color rojo como brazaletes o bien al cuello para protegerlos contra el mal de ojo, pues se rumoreaba que no pocos mineros, cocineros, marchantas y tortilleras hacían fila en casa para contemplarlos sin ocultar envidias. A la adoración de los niños acudieron parientes de León, Lagos y más lejos, pero el día en que los niños estaban tomando el sol, jugando sobre una cobija a los pies de su padre que hojeaba el periódico al tiempo que charlaba con un amigo, éste (abusando de confianza) se atrevió a comentar que a uno de los dos niños de apenas tres o seis meses de edad “lo veía medio pendejo”. Mi tatarabuelo le mentó la madre y corrió inmediatamente al dizque amigo de su casa, pero se le quedó la duda y no tardó en mandar llamar a un médico. El galeno sólo necesitó agitar una sonaja cerquita de los pequeños cráneos para concluir que uno de los dos infantes era sordo. El chozno sordo no oía nada y parecía “medio pendejo” en constante contraste con su gemelo ya medio lenguaraz, pero el médico cuevanense ofreció investigarle a mi tatarabuelo un remedio infalible que —dos semanas después— resultó en la información fidedigna de que en Berna, Suiza, había una clínica especializada en la milagrosa curación de sorderas. 

Como casi todo en mi familia, desde el siglo XIX se organizaban comidas multitudinarias y “colectas de apoyo variado”. En esta anécdota se recaudaron los fondos para que mi tatarabuelo viajara a Europa con el chozno sordo y luego de una comida que terminó en borrachera, se hizo procesión para despedirlos en la estación de trenes de Guanajuato (banda de música y bendición de un cura incluidos).

Al llegar a la Ciudad de México mi tatarabuelo telegrafió: “Apenas tiempo. Cambio de tren a Veracruz” y al llegar al puerto: “Apenas visto mar, se anuncia el milagro.” y luego, 28 días en altamar encargado el bellísimo chozno con una niñera, mientras que mi patriarca casi no salió del casino del barco y bebía juergas en cubierta con el sobrado dinero que había recaudado para su aventura curativa y consta que al llegar a Hamburgo no envió telegrama para enlazar directamente con un tren a Berna, donde lo esperaban en la mentada clínica con un telegrama urgente desde Guanajuato donde aclaraba la familia la verdadera razón por la que escribo: “¡Pendejo! ¡Te llevaste al que habla!”


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Jorge F. Hernández
  • Jorge F. Hernández
  • Escritor, académico e historiador, ganó el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández por Noche de ronda, y quedó finalista del Premio Alfaguara de Novela con La emperatriz de Lavapiés. Es autor también de Réquiem para un ángel, Un montón de piedras, Un bosque flotante y Cochabamba. Publica los jueves cada 15 días su columna Agua de azar.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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