Ya llevamos más de seis años en los que el gobierno mexicano orientó el presupuesto, que antes se deba a sectores ricos, pero ahora se orienta a los pobres mediante becas, apoyos a los adultos mayores, subsidios gratuitos para abonos de tierras a los campesinos, etc.
El regocijo es grande entre la mayoría de la población, pero hay descontento en sectores numerosos y murmuraciones que hablan de un empleo desorientado de los recursos económicos del país.
La educación, el campo fértil, la salud bajo nuevos esquemas de nuevos hospitales construidos, otros rehabilitados y el tren de carga y pasajeros que promete ser como un juguete que caminará por muchas partes del país “como aguinaldo de juguetería”.
No cabe duda que hay mucho de qué hablar en estos asuntos, donde parece que quedan marginadas las acciones de ayuda social para con los pobres.
Pero Jesucristo: a los pobres siempre los tendrán. El pobrerío sigue siendo variado. No hay sistema de gobierno, por avanzado que sea, que cubra todas las miserias de un país.
Una fe purificada lleva a encontrar el rostro de Jesucristo en los pobres que exhiben sus miserias de muchas maneras.
Los templos semivacíos de nuestro modelo actual nos hablan de descuidos serios en nuestra vida cristiana.
Así como están desatendidos los pobres, está también desatendido el altar.
Dice San Pablo: “El que sirve al altar, que se sirva del altar”. La tradición de siglos de la Iglesia ha hecho de la Eucaristía una ofrenda que cubre el altar y debe llegar hasta los pobres.
Debe ser asunto muy grave cuando ni las necesidades económicas de la Iglesia se cubren, menos llegan a los pobres. La economía es un asunto también de la Misa.
Pero si la celebración litúrgica no está presidida por quien, debe estar informado de los sufrimientos de su pueblo, mal podrá iluminar su fe.
Cuando la predicación no tiene carne social, no ilumina ni lo más elemental de la fe.
La Doctrina Social de la iglesia debe formar parte del nervio argumentativo de cualquier predicador, ya sea presbítero, catequista, animador de grupos, etc.
A este respecto dice el Concilio Vaticano II: “la predicación sacerdotal, que en las circunstancias actuales del mundo resulta no raras veces dificilísima, para que mejor mueva a las almas de los oyentes no debe exponer la palabra de Dios sólo de modo general y abstracto, sino aplicar a las circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del Evangelio” (PO: 4).