En lo que aún llamamos tierra santa, actualmente hay un conflicto de guerra en la que los palestinos quieren vivir y los israelitas hablan de que quieren acabar con ese pueblo, estos últimos cuentan con apoyos de los poderosos y ni la ONU es escuchada, cuando pide paz.
Se trata de un conflicto en el que se ve reflejada la misma mentalidad, el imponer aranceles por parte de los Estados Unidos a muchos países del mundo, como una actitud de pocos amigos.
Aunque no haya aranceles para México por el tratado de los tres países de América del Norte.
Todo lo que no contribuya al bien común local, nacional e internacional, no es un ejercicio de fraternidad. Disminuye la dignidad de vivir.
Es un reflejo de mentalidad de muerte. De teología de muerte.
Se impone el deber de luchar contra esas actitudes que dañan tanto a la humanidad.
Pero hacen falta, también, reflexiones que se originan en el escenario de nuestra realidad, que nos habla de que no todo está ni podrido, ni perdido, sino que hay avances.
Certeramente afirma el Papa Francisco, cuando dice: “Hace falta valentía y generosidad en orden a establecer libremente determinados objetivos comunes y asegurar el cumplimiento en todo el mundo de algunas normas básicas.
Para que esto sea realmente útil, la exigencia de las normas establecidas de manera que se evite la tentación de apelar “al derecho de la fuerza, más que a la fuerza del derecho”.
Esto requiere fortalecer “los instrumentos normativos para la solución pacífica de las controversias de modo que se refuerce su alcance y su obligatoriedad”.
Entre estos instrumentos normativos, deben ser favorecidos los instrumentos multilaterales entre los Estados, porque garantizan mejor que los bilaterales el cuidado del bien común realmente universal y la protección de los más débiles” (TT. Num 174).
Este gran deber fraterno, hasta de carácter internacional, nos exige unas actitudes de bondad, inevitables, urgentes.
Esto se puede dar, cuando los más poderosos, ayuden a los más débiles como deber moral, no un deber que busque el aplauso, sino que busque el ejercicio de la justicia que lleva al camino de la paz.
Esto lleva a la purificación de nuestro concepto de justicia, que debe ser el más alto ejercicio de la caridad, según lo dice el papa y los papas.