Esta semana vía una misiva cursi y sentimentaloide publicada en sus redes sociales, Pedro Sánchez, presidente de España, mandó un mensaje a la ciudadanía de su país para anunciar una posible dimisión dada la incesante “persecución” política que ha padecido desde que la derecha española no admitió los resultados de las últimas elecciones.
La persecución a la que hace referencia el socialista tiene que ver con la acusación que la asociación ultraderechista Manos Limpias hizo en contra de la esposa del presidente español, Begoña Gómez, por presuntos actos de corrupción. La acusación tiene origen en varias notas periodísticas que señalan un supuesto tráfico de influencias por parte de Gómez.
Después de que un juez de Madrid decidiera investigar el caso, el inquilino de la Moncloa decidió mandar un lacrimógeno mensaje al pueblo español en el que anunciaba su cese temporal de actividades públicas con el objetivo de reflexionar si valía la pena permanecer en el poder, ante esta ominosa serie de ataques en contra de él y de su esposa.
El teatrito de Sánchez no es una novedad ya que no es la primera vez que recurre a la victimización y a la retórica del mártir para ganar tiempo y maniobrar a su favor, hizo algo similar en 2016 cuando abdicó a liderar al PSOE ante la falta de apoyos. Está claro que no dejará la presidencia y que este es otro de sus astutos cálculos políticos para ganar apoyos ahí donde no los tiene.
Por otra parte, ha sido tradición que las denuncias que ha presentado Manos Limpias nunca prosperen; me parece que con ese escenario de fondo la investigación a Gómez no llegará muy lejos.
En la carta a la ciudadanía que Pedro Sánchez publicó en sus redes sociales, el socialista anunció que el lunes 29 de abril daría a conocer su decisión. En el interín el PP ya prepara a Feijóo como posible sustituto de Sánchez, pero veo poco probable que el actual presidente decline a permanecer al frente de un gobierno que, irónicamente, ha sido incapaz de gobernar.
Entretanto, la política española vive uno de sus episodios más caóticos, con un sistema de partidos que no logra convencer a la ciudadanía y que tampoco es capaz de generar consensos entre sí. La sola idea de convocar a nuevas elecciones provocaría una indignación social enorme, ojalá que no sea ese el recurso al que apele Sánchez después del numerito que se ha montado esta semana.