No hay nadie, pero nadie, como Donald Trump. Además de mi licenciado Peña, Calderón, Fox, Zedillo y Salinas, muy pocas personas tienen el ímpetu y las energías necesarias para levantarse todos los días para hacerle a la mamá campanita, armar más y peores aparatos demagógicos, con el único fin de arruinarle la existencia a la humanidad en su conjunto. Lo malo es que cada vez su onda impositiva de aranceles se vuelve un chiste que va perdiendo sabor y gracia como los chicles masticados de Xóchitl Gálvez. Antes había más conmoción, temblaban los mercados, se caían bolsas y los chones de los inversionistas. Ahora es un asunto casi rutinario y, como toda rutina, se vuelve tediosa y aburrida como la vistimización burda de un plutócrata que no quiere pagar impuestos. El otro día el agente anaranjado salió a imponer 30% de impuestos a México porque no coopera, cuando hace un mes decía que México cooperaba chido en la lucha contra el narco, donde los gringos se hacen patos con sus cárteles locales. Y luego, como la Presidenta no hizo dramas y se lo tomó todo de manera deportiva, le aplicó aranceles al tomate rojo, supongo que para darle en la torre a la industria alimentaria yanqui que depende de que los tomatines estén contentines.
Bueno, los que estaban muy contentines entre lo de los aranceles y las amenazas del abogángster de De qué manera te Ovidio (una mala copia de Copelas o Coello Trejo y Lionel Hutz, el turbio picapleitos de Los Simpson), eran los amiguis muy derechuecos del prianismo nacional.
Ya vimos que la posibilidad de que Trump le aplique a Rusia el 100% de impuestos por las fallidas negociaciones sobre Ucrania, a Putin le importa ocho kilómetros de matriushkas. Ni suda ni se acongoja como Xi Jinping. Bueno, hasta la Unión Europea está calculando someterlo a unos aranceles de 84 mil mdd por manchado y ladino.
Y mientras tanto en Estados Unidos, las instituciones se derrumban (parece que mi Donald quiere convertir la Educación en clase de catecismo), millones son arrojados a la pobreza y otros se les unirán con la destrucción de sistemas de apoyo social, y los escándalos de Epstein y el Mossad con su islita de la fantasía para viejos cochinos como Trump, no cesan.
Tiene mucha razón mi queridísima Sabina Berman en su libro “Los billonarios desaparecen”, cuando encuentra que lo que estorba para el desarrollo de la humanidad son precisamente esta clase de ultramillonarios estilo Trump, mitómanos, narcisistas, ególatras y sanbueyes.