La ultraderecha nacional tiene dos constantes: hacerse la vístima de la manera más reguetonera posible y hacer giras de despedida más largas que la de las Flans. El ultraconservadurismo lleva en su interior una Marga López que se azota y que ama, y acompaña numerazos con frases estridentitas del tipo “¡Soy un perseguido(a) político!”, y “¡Todo es culpa de López!”. Lo segundo alimenta su avidez de notoriedad y su lucha por llevar agua a su molino de ideas medievalistas, fachas, retrógradas, resentidas y krauzistas-dresserianas-alarazkianas.
Ahí tenemos a mi tatankita Lorenzo Córdova, que lleva años de gira con su circo de superfreaks electorales. Al ritmo del que mucho se despide pocas ganas tiene de irse, lo vemos del tingo al tango vistimisándose como corresponde, echándole la culpa al comunismo de todos los males de la patria y, de paso, asegurarse de dejar muy en claro que todo lo que hizo en el INE no pudo ser más que perfecto, aunque haya pasado por ahí como el manotas de estómago con sus cinco dedos.
En esa misma lógica de la gira sin fin tenemos a la ex ministra Norma Piña, que se ha despedido tanto de la Tremenda Corte que no nos ha dado la dicha inicua de extrañarla. Alentada por los lagrimones de Krauze y las entrevistas a modo como las de Carmen Derechairistegui, la señora Piña decidió ponerse a la altura de Lourdes Mendoza y Kinky Téllez, cerró su ciclo acusando a la dictadura macuspánica de mandar a sus testaferros a desprestigiarla, colmarla de acusaciones mentirosas y arrojarle cizaña y oprobios.
O sea, ni la serie de Chespirito estuvo tan edulcorada, empalagosa y cursi.
Lo que se me hizo mala onda es que en el recuento de sus maravillas, la ex ministra no recordó por qué se dice que tiene mañas judiciales que no son de niña: se le olvidó el descongelamiento de las cuentas de la esposa del narcocalderonista García Luna Productions; tampoco contó la historia de la cena en lo oscurito con Alitititito Moreno; ni cómo se quedó con los fideicomisos que le iba a entregar a los damnificados de Acapulco, ni la milagrosa reproducción de amparos para tantos maleantes de la zona como la Robles, Collado, la esposa de El Mencho y así.
Lo bueno que, para pasar el trago amargo, Normita la del Varo debe tener como ocho caserones más grandes que la casa del Noroñas en Tepoztlán.
Seguramente la veremos repitiendo el mismo stand up con los paleros de Alazraki y Ladillus en un loop sin fin. Ahí, al etilo Trump, dirá: “no soy dictadora”.