Política

Héctor Suárez y el misterio de Gulliver

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¿Qué nos pasa? Pinchi Héctor (y te pincheo porque así educaste, cabrón, lo mismo en la tele, que en las películas y en los escenarios, y porque pincheándose se entiende la gente), nunca me presentaste al tal Gulliver, y eso me duele. A ver, ¿qué te costaba llamarlo a chiflidos para que se bajara de su nube y pasara a vacilar con la banda maciza? Chale, así no se puede, y luego te vas así nomás, dejándonos en herencia todos esos personajes que nos calentaron la mollera, que le dieron ritmo y pose a nuestros remilgos, traumas y taras, alucines y ondas marcianas: el Flanagan, arquetipo del puketo-anarketo-rockero-rumbero que siempre quería más rock; el No Hay, niego luego insisto, encarnación misma de la ley de Herodes o te chingas o mañana dése otra vueltecita; doña Lencha, el eterno femenino al ritmo de “Mamá, soy Edipo, no haré travesuras”; el Chaquiras como elogio del macho man con capacidades distintas; el Mil usos, exploración triste de la mexicana alegría; el Tirantes o el triunfo del naco con iniciativa...

Un día Héctor Suárez Gomís me perdonó todos los chistes que hice a sus costillas y nos hicimos amigos; tal vez por eso me invitó a presentar su libro El pelón de los anillos junto con el gran Héctor Bonilla y su padre, don Héctor Suárez, con el que tuve que contenerme para no mostrarle mi admiración a besos. Me vio con recelo, quizás porque en alguna vez comenté que al enorme actor de pronto le dio por dar clases de moral. No hay nada peor que un cómico de su talla, trepado en un púlpito con índice abrasador. Afortunadamente pasó ese periodo y volvió a lo suyo, sobre todo a hacer escarnio de la política y los políticos que eran el objeto de su desafecto.

Así, en mi alocución sobre el libro del Pelón Gomís, indiqué que el libro era un gran timo porque subrayaba el supuesto odio que se profesaban los Héctor, y que en cualquier momento se acuchillarían el uno al otro. Y cuál no sería mi sorpresa, le dije al público, que al llegar al estrado los vi muy cariñosos, así que me siento engañado, no puede ser.

Don Héctor miró a su hijo entrecerrando los ojos y le dijo: “¿tú invitaste a este cabrón?”, y todos nos reímos. Fue una tarde deliciosa donde Héctor Suárez confirmó que no quería tener una biografía perfecta, por eso se burlaba de sus fallas y defectos.

Hace un rato clarito oí que el pinchi Gulliver nos gritaba: “¡Chingada madre!”, la expresión preferida de Héctor Suárez.

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Jairo Calixto Albarrán
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  • Periodista producto de un extraño experimento cultural-social-educativo marxista, rockero, populachero, libresco y televisionudo / Escribe de lunes a viernes su columna "Política cero"
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