Cultura

La Señora del Laberinto

Ariadna, princesa de Creta, ayudó a Teseo entregándole un ovillo de hilo para que lo condujera en el hasta entonces imposible camino de regreso del Laberinto diseñado por Dédalo, después de que diera muerte al Minotauro y liberara a la ciudad de Atenas del sangriento tributo de doncellas y jovencitos con los que periódicamente se alimentaba al monstruo.

Ariadna (“la más pura”, según el significado greco-cretense de su nombre) le entrega a Teseo un ovillo de hilo rojo, o de oro en otras versiones, que él irá extendiendo conforme se acerque al centro de la maraña donde enfrentará a la cruel criatura. La princesa cretense se asocia además con las complejas danzas griegas de pasos y movimientos cambiantes, otro laberinto, cuyas coreografías realiza en la pista de baile construida para ella también por Dédalo, esa que Homero menciona en la Ilíada como reproducida en el altorrelieve que Aquiles porta en su escudo.

Su asociación con el hilo y los giros del baile la vinculan asimismo con Aracne, la tejedora, y al fin con la araña, insecto que hila. Ariadna, Aracne, Araña. El simbolismo del hilo, como explica René Guénon, es el de un agente que enlaza entre ellos y a su Principio todos los estados de existencia. Danzar es tejer, tejer es danzar. En los Upanishad se dice que el hilo (sûtra) religa “este mundo y el otro mundo y a todos los seres”, y a Shiva Nataraja se le nombra “Nuestro Señor el Bailarín”. El hilo de Ariadna conduce al centro del misterio y permite volver del mundo de las tinieblas al de la luz.

Por eso la princesa cretense es llamada Señora del Laberinto, de aquel espacio cuyo recorrido asemeja, según el simbolismo tradicional, las pruebas del ser, el viaje o peregrinación de la vida que encamina a los seres humanos por los estados de la existencia manifestada y, si se empeñan en ello, les hace conocer el centro de sí mismos en su interior. El hilo de Ariadna es el medio para lograrlo. Representa una trama, una sucesión episódica de circunstancias vivenciales cuyo heroico, valiente entendimiento desemboca en la fabricación de una urdimbre, un tejido ontológico de salvación.

Pensando en la doble condición humana y divina de Ariadna, pues Dionisos la volverá diosa, Giorgio Colli recuerda la expresión de Platón: “arrojados dentro de un laberinto”, para aludir al estado de la conciencia humana cuando enfrenta “una complejidad dialéctica y racional inextricable”. ¿Dónde está hoy el hilo de Ariadna que nos permitirá salir de ese confinamiento?

Así como en la naturaleza nada es en soledad, en el mito y su estructura simbólica no hay nada aislado o sin sentido, pese a que su estructura narrativa parezca fantástica ante la racionalidad. A diferencia del signo, que se refiere a sí mismo, el símbolo ayuda a pensar porque apunta a algo que siempre está más allá de su literalidad. El mito, un reservorio de imágenes arquetípicas activas en el inconsciente colectivo (“los mitos teledirigen nuestros pasos”, escribió James Joyce), es una estructura simbólica que al modo de la metáfora muestra lo otro de lo mismo y contiene una alegoría, una metáfora de la metáfora, una metáfora extendida.

Algunos autores entienden el mito de Ariadna como una lección de método para escapar del laberinto androcéntrico posmoderno. El Laberinto —forma geométrica de insondable perplejidad inventado por un juego perverso del intelecto, por el “logos” o la razón, como dirá Giorgio Colli— está hecho para doblegar al hombre. Ariadna, la mujer-diosa, le ofrecerá a Teseo el dominio del Laberinto para vencer al Minotauro y hacer posible la destrucción del monstruo devorador (“el Leviatán del beneficio y la acumulación depredadora”). Por ello proporciona a Teseo, desde el amor, un instrumento de lucha y una vía de escape, aquella arma hilada por sus manos.

Aunque Teseo después la abandonará mientras Ariadna duerma, mediante sus artes sutiles la Señora del Laberinto será determinante para la destrucción del mal. La mujer-diosa o la ductilidad astuta, la adaptación analítica y la intuición. Lo femenino a través de una cultura de la participación y lo orgánico, frente a otra perspectiva masculina y minotáurica, androcéntrica y patriarcal: una violenta civilización de la antropofagia, el aislamiento y la separatividad.

El Minotauro y el mismo Teseo, paladín que traiciona a quien lo ama, representan la Patria. Ariadna, la tejedora, encarna la Matria, un tiempo que ya fue en el mundo humano y deberá surgir de nuevo si existe un futuro posible. El posdesarrollo y el decrecimiento, los justos límites son femeninos. El nihilismo suicida del necrocapitalismo y su voracidad insaciable provienen de una desviación de la conciencia masculina.

Ánima y animus. La tarea que Ariadna y Teseo llevan a cabo juntos, opuestos complementarios que se integran, es la respuesta a un enigma mitológico de visible solución. El ovillo de hilo de la mujer-diosa nos rescata del oscuro laberinto. La supra razón que la caracteriza es la verdadera razón.

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Fernando Solana Olivares
  • Fernando Solana Olivares
  • (Ciudad de México, 1954). Escritor, editor y periodista. Ha escrito novela, cuento, ensayo literario y narrativo. Concibe el lenguaje como la expresión de la conciencia.
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