La monumental Biblioteca de Alejandría que concentraba tres cuartas partes de la literatura, la ciencia y la filosofía griega fue quemada por turbas cristianas en el año 391. Tiempo después Omar I concluyó la destrucción argumentando que si sus pergaminos contenían la misma doctrina del Corán de nada servían porque la repetían, pero menos aún si no estaban de acuerdo con el texto sagrado. Desde entonces las destrucciones multitudinarias de libros fueron constantes. Autos de fe incineraron libros y códices prehispánicos durante la piadosa cristiandad, hasta llegar al Bibliocausto de 1933 cuando los nazis quemaron en Berlín y otras 22 ciudades alemanas las obras de miles de autores, anunciando el horror que seguiría. Los libros censurados hasta la actualidad han sido abundantes: la feroz sátira a las élites de Rebelión en la granja de George Orwell, las obras completas de Julio Cortázar en la Argentina fascista, Las mil y una noches en Egipto por ofender la decencia pública, Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift por su visión anticolonialista, La comedia humana de Balzac y Madame Bovary de Flaubert por su atrevida sexualidad, el Lazarillo de Tormes por sus críticas a la iglesia católica, o Fahrenheit 451 —suprema ironía— de Ray Bradbury por narrar la persecución de la lectura, entre tantas otras obras puestas en un Index librorum prohibitorum vigente desde el surgimiento de los monoteísmos cristiano y musulmán hasta hoy.
Quienes han quemado y perseguido libros han sido los poderes devocionales, las élites oligárquicas ignorantes y anti-intelectuales, los gobiernos fascistas y despóticos, las corrientes conservadoras que pretenden impedir el pensamiento crítico, la libertad de opinión y el conocimiento científico como derechos inherentes a la conciencia humana. Aquella sentencia bíblica que condenó el conocimiento porque llevaba “al dolor”, no dijo que también permitía alcanzar la emancipación y el libre albedrío. El odio a los libros históricamente ha sido un conflicto político, una lucha de clases. Saber o no saber, fomentarlo o impedirlo es el dilema que sintetiza una milenaria guerra cultural.
La histérica y furiosa embestida de la derecha mexicana y su aparato mediático contra los LTG no es nueva, existe desde que estos aparecieron, pero su estridente virulencia golpista sí. Parte de la despiadada (y desesperada) guerra contra López Obrador y la 4T —la cual no tiene equivalencia en la historia moderna del país, ni siquiera con el brutal cerco a Madero—, este rabioso ataque anti libresco se funda en falsas verdades, mentiras idiotas (el “virus comunista”) y afirmaciones amarillistas provenientes de una guerra semiótica diseñada desde los centros de poder neofascistas y neoliberales para evitar los procesos democráticos y cancelar la emancipación social.
Los defectos estructurales de los LTG son varios y deben de ser corregidos. Entre ellos están la desafortunada disminución de temas de aprendizaje matemático agrupados en los campos formativos de la Nueva Escuela Mexicana que, buscando un esquema integrador de conocimientos a partir de una pedagogía descolonizadora y una epistemología independientes de los modelos educativos dictados por los intereses anglosajones de dominio mundial, un cómo saber antes que un qué saber para construir sujetos críticos y estimular la creatividad en los procesos de enseñanza aprendizaje, ha sacrificado calidad y cantidad en sus procedimientos didácticos.
El empobrecimiento de la lectura a través de textos y autores esenciales para desarrollar procesos lingüísticos y cognitivos, imaginación, creatividad y conocimiento de una cultura universal. El libro anterior de lecturas para el tercer grado que ofrecía varios textos desde Sor Juana a Cervantes, desde Borges a Villaurrutia, ahora presenta sólo seis fragmentos de autores contemporáneos. La arbitraria introducción educativa de un lenguaje “inclusivo” gramaticalmente incorrecto, a través del todes y sus forzadas e ideológicas variantes. Las carencias y errores de la propuesta didáctica y algunos de los métodos pedagógicos, un diseño gráfico anodino y maniqueo, datos de historia y geografía equivocados o las hiperbólicas caracterizaciones del triunfo de AMLO en 2018 hacen necesaria su revisión y rectificación.
Sigue faltando una estrategia comunicacional a la 4T, una pedagogía política pública que informe con eficacia sobre los contenidos cuestionados, garantice su corrección y así contrarreste conceptualmente la ofensiva conservadora. Adjetivar y escarnecer a los denostadores no es suficiente para evidenciar ante la sociedad los intereses políticos y económicos de dominación histórica y golpismo antidemocrático de la derecha que están detrás de esta rencorosa batalla.
“El punto vital de mi enemigo es mi propio punto vital”, enseña uno de los proverbios del Go. No debiera olvidarlo López Obrador.