La ciudad tiene años sin encontrar rumbo urbanístico. Los mismos debates de siempre se repiten como mantras. Las inundaciones no cesan. La contaminación nos amenaza. Las largas colas de tránsito en las principales avenidas. La superficie arbolada que mengua a diario. Pasos a desnivel que son estacionamientos y trampas en las tormentas. Los fuegos de los incendios que acechan a los fraccionamientos que impunemente invadieron el bosque. Los mismos errores se repiten, primero como tragedia y luego como farsa, dijera el viejo Marx. Me recuerda a Sísifo –ciego, como castigo por ofender a los dioses– obligado a rodar un peñasco perpetuamente hasta la cima para luego dejarlo caer hasta el valle desde donde comenzó su andar. Albert Camus retrata en le Mythe de Sisyphe a Prometeo como el símbolo de lo absurdo, la repetición inútil. Camus lo utilizó como analogía del sentido de la vida y el suicidio.
Nuestra ciudad adolece de una visión de futuro. Cada Gobierno busca reinventar la ciudad y solucionar los problemas dando vueltas a las mismas recetas que demostraron su fracaso. Hagamos memoria. ¿Cuánta de la ciudad está construida sobre ríos, aguas subterráneas o zonas de recarga? ¿Cuántas colonias se han edificado de la noche a la mañana sólo como un producto más de los intereses inmobiliarios? ¿Cómo se ha permitido que la ciudad invada el corazón mismo de la Primavera como sucedió con las Villas? ¿Qué pasó con López Mateos y sus pasos a desnivel? ¿Qué diferencia hizo el corredor Lázaro Cárdenas-Vallarta sin semáforos? ¿Qué efecto ha tenido sobre la vida de los tapatíos la proliferación de torres sin el más sentido de planeación? ¿Cómo redujimos a una tercera parte nuestras áreas verdes por habitantes en 35 años?
A todas estas preguntas las respuestas son idénticas: caída en la calidad de vida, inundaciones, falta de servicios públicos, accidentes viales, exterminio de árboles, avenidas intransitables, una ciudad incaminable, incendios, destrucción de bosques. No tenemos que aprender en cabeza ajena, la Zona Metropolitana de Guadalajara de hoy en día, es el resultado de pésimas decisiones urbanísticas. Desde 2013, los gobiernos prometieron un cambio de rumbo: se acabó la dictadura del coche como el eje de la planeación de la ciudad, nos dijeron. La Zona Metropolitana dará un viraje hacia el transporte público, la movilidad no motorizada, el control del crecimiento desmedido de la vivienda, la recuperación de áreas verdes y la prioridad de la calidad de vida de la gente sobre cualquier otro indicador. Ha habido avances como el Macro en Periférico, la Línea 3 o Paseo Alcalde. Pero insuficientes.
Alcalde es la muestra de una Guadalajara distinta. Comparemos el centro de Guadalajara dominado por el tráfico, el ruido y la contaminación frente al actual en donde la convivencia urbana se respira en los restaurantes, los cafés, las fotos, los niños jugando. En su momento, los críticos –entre ellos los actuales morenistas– decían que el centro colapsaría, que los negocios morirían y los Jinetes de la Apocalipsis harían su inminente aparición. Nada de eso sucedió y hoy el Centro tiene muchos desafíos, pero está en mejores condiciones que hace una década o dos.
López Mateos es un reto similar. La construcción de un segundo piso (que en ciertas zonas de la avenida sería un tercer piso) termina de destruir cualquier posibilidad de rescatar la vida urbana y la calidad de vida en el Sur. Hacer más carriles sólo atraerá más autos y, no sólo eso, profundizará la desigualdad a través de cobros de casetas urbanas. Un segundo piso es la anti-ciudad. Hace 15 años, la oposición frontal a una Vía Express de cuota en Avenida Inglaterra fue el punto más álgido de un movimiento urbano que se negaba a entregar la ciudad a intereses que sólo buscan comerciar con ella. Un segundo piso supone más contaminación, más peligro vial, menos vida comunitaria, más desigualdad, menos áreas verdes. Y para colmo: es un curita que no resuelve nada. Es patear el balón adelante.
Cada que veo Plaza Patria bajo el agua o las nuevas colonias de la ciudad que son arrasadas por corrientes incontrolables. Cada que veo nudos en la ciudad en donde es imposible transitar y los peatones se juegan la vida para cruzar. Cada veo puentes atirantados convertidos en estacionamientos o avenidas pelonas en donde antes había corredores arbolados. Cada que veo kilómetros de cotos y viviendas sin una banqueta y un parque. O colonias enteras de casas abandonadas porque no hay ni un camión para ir a la ciudad, y menos escuelas u hospitales. Me invade el “hubiera”. ¿Qué hubiera pasado si Guadalajara no fuera Sísifo y repitiera los errores una y otra vez? ‘¿Qué hubiera pasado si los intereses de corto plazo no se hubieran impuesto a los que verdaderamente importan, una ciudad vivible, verde y segura? Guadalajara sería otra. No hay ni un solo especialista serio que recomiende un segundo piso de cuota para López Mateos. Entiendo que algunos empresarios lo pidan, pero el Gobierno existe para proteger el interés de todos, no de unos cuantos. López Mateos necesita una solución a largo plazo y no repetir los errores que han condenado a nuestra ciudad.