Cultura

De lenguaje e ideología

Hace tiempo hablaba con un amigo sueco sobre la palabra alemana schadenfreude, que puede traducirse como “alegría malsana”, principalmente ante el dolor o la desgracia ajena, que cuenta también con su equivalente en sueco, skadeglädje. A manera de broma yo le comentaba que el hecho de contar con un término para denotar eso los hacía un tanto más sádicos, pues la existencia de la palabra para nombrar la alegría malsana creaba la conciencia de la misma, y volvía más proclive a la gente tanto a experimentarla como a considerarla algo natural. Él me reviraba diciendo que nuestro caso era peor, porque al no contar con el término hacíamos como que no existía, y que esa especie de hipocresía lingüística por supuesto no eliminaba la existencia de la alegría malsana, con lo cual existía de formas menos sanas y quizá más retorcidas.

Esta viñeta encapsula una de las ideas centrales de Gadamer, también muy presente en Orwell, consistente en que el lenguaje estructura en buena medida las posibilidades del pensamiento. En un ensayo titulado “¿Hasta qué punto el lenguaje preforma el pensamiento?”, considera primero la hipótesis de que en efecto el pensamiento está prefigurado por el lenguaje, incluidos los aforismos de Nietzsche sobre la “voluntad de poder”, que afirman que “la verdadera obra creadora de Dios consiste en haber producido la gramática, esto es, habernos instalado en estos esquemas de nuestro dominio del mundo sin que podamos evadirnos de ellos”.

Sin embargo, Gadamer esquiva un excesivo determinismo lingüístico y concede al propio pensamiento, o “diálogo del alma consigo misma”, una cierta capacidad crítica para moverse dentro de los moldes prefigurados: “En el fondo, el tema de nuestro mundo sigue siendo el que fue desde el comienzo: la conformación lingüística en convenciones, en normas sociales que implican siempre el mundo de experiencia humana en el que nos vemos precisados a utilizar nuestra capacidad de juicio, es decir, nuestra posibilidad de afrontar críticamente todas las convenciones”.

¿Está en ese sentido el pensamiento, el lenguaje y la misma literatura atravesado por una suerte de ideología gramatical que orienta su dirección y posibilidades? Indudablemente, sí, y como bien señaló Orwell, incluso la postura estética radical de “el arte por el arte” es también una postura política: “De nuevo, ningún libro está exento de un sesgo político. La opinión de que el arte no tiene que ver nada con la política es en sí misma una postura política”.

Lo cual no parecería tampoco implicar que la literatura sea (o deba ser) principalmente política o ideológica, y las afirmaciones tajantes en el sentido de “Toda literatura es ideología”, como buenas tautologías, en realidad sirven para esclarecer poco. Pues aunque nos encontremos en una época muy reacia a los matices y a las sutilezas, donde el blanco y negro y los bandos bien definidos ocupan buena parte del panorama cultural, no por ello los matices dejan de existir. Y si bien cada obra se sitúa en un punto del espectro entre estética e ideología, puede perfectamente haber libros que aborden grandes temas sociopolíticos, o que denuncien terribles injusticias, pero más en un registro panfletario, o incluso meramente testimonial, que por lo mismo no enganchen a los lectores desde el costado más estético o literario. Al igual que obras maravillosas que abordan historias de dilemas y realidades humanas más pedestres o cotidianas, que no por no ocuparse de los grandes males sociales dejan de ser maravillosas. Pues más allá de fórmulas o máximas tajantes, o de los debates del propio medio cultural, probablemente sea el juicio lector el que asigne en el tiempo el lugar a cada obra. 


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Eduardo Rabasa
  • Eduardo Rabasa
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  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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