Hice todo como debía hacerlo y ni así tuve justicia”. Estas fueron las palabras de Andrea, víctima de violación y violencia intrafamiliar, a la periodista Diana Barajas, de MILENIO, luego de que se anulara la vinculación a proceso de su presunto agresor y fuera puesto en libertad.
Pero esto no solo lo dice ella, sino infinidad de mujeres que se han atrevido a denunciar y se encuentran con un sistema de justicia revictimizante que las insta a dejar el proceso para evitar una carpeta de investigación más en sus escritorios.
De acuerdo con datos del Instituto Nacional de las Mujeres, en México, siete de cada diez han experimentado algún tipo de violencia; un 49.7 por ciento de tipo sexual y 34.7 por ciento física, pero solamente 10 por ciento presenta una denuncia. La mayoría, señala el informe, decide callar por temor a represalias, vergüenza, culpa o desconfianza en las instituciones. Y esas razones están sustentadas.
La periodista Josefina Ruiz, de MILENIO, describe bien el camino tortuoso: Más de seis horas de espera para que alguien atienda la denuncia, una serie de preguntas que buscan desacreditar declaraciones, comentarios machistas que las responsabilizan de las agresiones, y burocracia interminable que las orilla a desistir. Así, los centros que deberían ser espacios seguros y garantizar el acceso a la justicia para las víctimas, se convierten en otro agresor.
Erradicar la violencia de género necesita más que una estructura bonita y pintura violeta por toda la ciudad. Exige la renovación y capacitación de funcionarios para que se atienda con perspectiva de género, recursos económicos y humanos para una atención pronta y efectiva, y la voluntad de las autoridades para reconocer y solucionar la crisis feminicida que aqueja al país. Y que esa transformación vaya desde el agente que recibe la denuncia hasta el juez que tiene la última palabra.
Hoy el sistema abandonó a Andrea. Atravesó el camino espinoso de denunciar a su atacante en el Centro de Justicia para las Mujeres, expuso las pruebas y hasta a sí misma, y con todo en sus manos, en el Tribunal de Justicia le cerraron la puerta en la cara. Así, sin más. Mientras muchas, como ella, sufren el andar institucional para tener un poco de paz, las autoridades siguen pintando la ciudad de violeta… pero al final, solo es pintura.