Ya te he comentado que, cuando trabajo con organizaciones, me enfoco en entender los procesos, clarificar el perfil de las personas involucradas, y en establecer rutas de acción pertinentes para acercarse a metas y objetivos definidos por los dueños o directivos.
Pues déjame decirte que, en las sesiones de planeación para el año por venir, esto se ha vuelto una aventura estilo Jumanji.
Usualmente, en esas sesiones los encargados de departamentos clave comparten datos cuantitativos de las acciones realizadas en el ciclo y, como buen cuestionador que soy, siempre pregunto por los resultados cualitativos; es decir, los que confirman la propuesta de valor de la marca, empresa o departamento.
Y ahí es cuando se escuchan los tambores de guerra. Y es que, como lo he comentado anteriormente, toda organización es el resultado de lo que las personas hacen.
Si la gente actúa por inercia mecánica (sólo hacer), la empresa es un motor encendido que se va gastando los recursos.
Si, por el contrario, la gente se desenvuelve desde la gran visión de la organización (desde el ser), puede elevar miras, cuestionar y revirar los procesos para cumplir expectativas superiores.
Esto último, es propicio en una cultura organizacional sana.
En su libro El Código de la Cultura, el autor Daniel Coyle afirma que la inteligencia está sobrevalorada, y que las organizaciones actuales han sido exitosas porque, de forma planeada o no, han tenido que cuestionar su ser y hacer para descubrir su propósito más elevado (sí, así como en la serie de Loki. ¡Spoiler!)
Así las cosas, estos tiempos de planeación deben invitar a repensar la organización, redescubrirla como una entidad viva, e infundir ese nuevo ímpetu en el capital humano por medio de una cultura organizacional renovada.
Inténtalo, vale la pena. Éxito.