Sigo atrapado en el libro El Arte de Dirigir, de Mario Borghino. En cierta parte, menciona un experimento hecho por científicos oceanográficos en San Diego, California, en donde metieron en un estanque una barracuda y varios peces, pero en medio pusieron una barrera de acrílico transparente, de modo que estuvieran separados.
Al ver los peces, la barracuda reaccionó y se dejó ir en franca cacería, pero chocó con el acrílico. Lo intenta una y otra vez, y obtiene el mismo resultado. Llegó el momento en que, por los golpes, ya tiene daño físico, y se dio por vencida. Cuando los científicos retiraron la barrera, la barracuda ya no busca alcanzar los peces. En su mente, la barrera seguía ahí.
Algo similar ocurre en el contexto organizacional, cuando se empodera a personas con ciertas cualidades de liderazgo para gestionar proyectos (actuales o nuevos), y no hay flexibilidad suficiente en la estructura y los procesos relacionados.
El ánimo, la motivación, la pasión que el recién llegado pudiera tener, se desgasta y minimiza cuando encuentra rigidez, inercia, y/o cerrazón a su estilo y sus propuestas de gestión.
¿Cuántas personas han renunciado a proyectos interesantes por no encontrar las condiciones para mostrar su talento? O peor, ¿cuántas de ellas han desistido en su ánimo, y se han mimetizado con procesos rígidos sólo por no perder su trabajo?
Recuerda, las organizaciones son lo que las personas hacen en y por ellas. Debes comprender que, en los procesos de gestión, nada está escrito sobre piedra, y que los líderes (sobre todo los nuevos) deben tener cierta amplitud en su ejercicio para testimoniar su eficiencia en el uso de los recursos a su cargo.
Entonces, responsabilízate de “tunear” la estructura y el proceso y alistarlas para los nuevos liderazgos, así evitarás sorpresas.