¿Cómo atender las situaciones de baja productividad de ciertos colaboradores? Fue el planteamiento de un consultante, con quien vengo trabajando en competencias de gestión y liderazgo.
En su caso, vive un proceso de cambio generacional de mandos; él, que entra a sustituir la coordinación de un equipo, nota que algunos desempeños se han alentado (según algunos indicadores) sin que le queden claras las razones, lo que le provoca cierta ansiedad.
En mi experiencia, estas situaciones son, hasta cierto punto, comunes.
Nuevos liderazgos entran tratando de demostrar capacidad, y los “usos y costumbres” del equipo hacen que los integrantes tarden en reaccionar.
Es un tema de expectativas, que pueden resolverse con, ciertamente, estilos de gestión y liderazgo adecuados. Sin embargo, un error común es tipificar al colaborador como incapaz para trabajar bajo el nuevo mando.
Definición de incapaz:
1. Que no tiene capacidad o aptitud para algo.
2. Que no es capaz, por su naturaleza o por decisión de su voluntad.
Si trabajásemos con la versión uno, tendríamos que replantearnos el proceso de reclutamiento, y averiguar cómo fue que “libró” todos los filtros para asumir el puesto.
¿Muy heavy, no? Por ello, en situaciones como la planteada por mi consultante, prefiero usar la definición dos, y rascarle más a la actitud, tanto de él como del colaborador.
En cierta parte del libro La Felicidad en el Trabajo, de Scott Sonenshein y Marie Kondo (sí, ella, la “gurú del orden), se plantea que la baja de rendimiento puede darse por:
1. El desorden; 2. La baja de felicidad (consecuencia del punto uno), y 3. La pérdida de confianza (o de motivación), a raíz de los puntos anteriores.
En este contexto, y retomando el caso de mi consultante, la causa origen de la “baja productividad” es la implementación del nuevo estilo de gestión, que, ante la falta (percibida) de asertividad y empatía, se resiente como un cuestionamiento a las formas y modos actuales.
O séase, un innecesario alborotadero del gallinero. ¿La solución? Procesos de comunicación afectiva: inspirar, motivar, mucha escucha activa e inclusión. Y, en palabras de Sonenshein y Kondo, ser agradecido, porque eso ayuda a crear un ambiente de respeto mutuo.
¿Platicamos?