La semana pasada, como hace un siglo, volvimos a escuchar hablar con ignorancia y con desprecio de algo confusamente llamado “los científicos”. Quisiera evocar a dos de ellos, quizá los dos más prominentes: Justo Sierra y José Y. Limantour.
Ambos eran los líderes de un grupo de amigos que entre 1892 y 1893 recibió de sus adversarios el mote de científicos, porque en sus discursos hacían con frecuencia referencia a la ciencia, a la necesidad de que el estudio de la sociedad fuera científico. Daniel Cosío Villegas, en su obra Historia moderna de México, cita con aprobación estas palabras de José López Portillo y Rojas, enemigo de los científicos por su alianza con el general Reyes: “La organización del país, tal como apareció en el periodo más brillante del gobierno de Díaz, fue obra casi exclusiva de los científicos”.
¿Quiénes eran esos personajes? Sus apellidos los evocan: Limantour, Sierra, Casasús, Macedo, Pineda, Bulnes, también Rabasa y Creel. Eran inteligentes, cultos, refinados, influyentes, muchos de ellos muy ricos. Pertenecían a la élite política, económica, social e intelectual de México. Varios de ellos hicieron negocios al amparo de sus posiciones; algunos de ellos actuaron con arrogancia y soberbia. Fueron intensamente resentidos por los hombres que les hacían oposición, entre los que figuraban los dirigentes de la revolución que estalló en 1910 (aunque los Madero, sin embargo, era cercanos al jefe de los científicos, Limantour).
Justo Sierra y José Y. Limantour. Uno era simpático y expansivo (Sierra), otro era frío y distante (Limantour). Uno vivió con moderación (Sierra, descendiente de un personaje de relieve en la península de Yucatán); otro vivió en la opulencia (Limantour, hijo de un francés radicado en México, Joseph Limantour, que hizo una fortuna durante el gobierno de Juárez con la compra de los bienes de la Iglesia).
Ambos eran amigos, ambos eran brillantes. Los dos dejaron una obra importantísima. Limantour logró la nivelación de los presupuestos por primera vez en la historia del país, al que unificó económicamente con la abolición de las alcabalas y la nacionalización de los ferrocarriles de México. Sierra destacó por su obra intelectual (su biografía de Juárez) y por su trabajo institucional (la creación de la Universidad Nacional, inaugurada en septiembre de 1910). Ambos fueron compañeros de gabinete: uno fue por 18 años secretario de Hacienda y Crédito Público (Limantour) y otro fue por seis años secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes (Sierra). Ambos admiraban al presidente al que sirvieron: “un hombre extraordinario” (Sierra), “el hombre público más grande de nuestra historia patria” (Limantour). Tras la revolución que concluyó en 1911 ambos fueron invitados por el presidente Madero a ser parte de su gabinete, pero los dos rechazaron el ofrecimiento, por una variedad de razones, entre ellas su lealtad hacia el hombre que había sido derrocado.
Uno fue rescatado por la Revolución (está sepultado en la Rotonda de los Hombres Ilustres, en la ciudad de México). Otro fue condenado por la Revolución (está enterrado en el cementerio de Montmartre, en París, a pesar de que su deseo era descansar en México). Ambos son parte de nuestra historia. Antes de juzgarlos, debemos conocerlos.
Investigador de la UNAM (Cialc)
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