Washington excluyó a Kiev de las negociaciones que tendrán lugar con Moscú —mañana, en Alaska— para terminar la guerra en Ucrania. Excluyó también a Europa. Así había ocurrido ya hace seis meses, en febrero. Trump anunció que habrá concesiones de territorio y garantías de seguridad. Son dos de las tres condiciones, en efecto, para terminar la guerra. La tercera es la promesa de que Ucrania jamás será parte de la OTAN.
Las concesiones de territorio aluden a la parte de Ucrania bajo el control de Rusia: Crimea y el Donbás. Ucrania es un país dividido por su lengua, su religión, su historia. Sus fronteras han cambiado con frecuencia a lo largo de los años. Muchos de sus habitantes, sobre todo en el oeste, hablan ucraniano; muchos otros, sobre todo en el este, hablan ruso. Los primeros son católicos; los segundos, ortodoxos. Unos son, en general, pro-europeos; otros, más bien, pro-rusos. Las provincias de Galitzia y Volinia, en el occidente de Ucrania, fueron durante siglos parte de Polonia; las de Donetsk y Lugansk, en cambio, fueron durante siglos parte de Rusia, al igual que Crimea. La Unión Europea pidió, antier, respetar la “integridad territorial” de Ucrania; afirmó que los ucranianos “deben tener la libertad de decidir sobre su futuro”. Los ucranianos tendrán que decidir si aceptan ceder territorio a cambio del cese de las hostilidades. Creo que esa disposición existe, aunque es difícil imaginar que concluya en un tratado de paz. Es más fácil imaginar un armisticio.
Las garantías de seguridad parecen menos claras. ¿Qué garantía puede recibir Ucrania para repeler una posible futura agresión de Rusia, si tiene vetado ser parte de la OTAN? ¿Qué garantía puede ofrecer Estados Unidos, tras violar la promesa de defender la integridad de Ucrania cuando el país aceptó ceder su arsenal nuclear a Rusia? Alrededor de 5 millones de ucranianos viven en los territorios ocupados por Rusia; alrededor de 2 millones han salido refugiados. ¿Qué pasará con ellos? ¿Qué quieren, en particular, los que viven en los territorios ocupados? No es fácil saber qué desean ser. Las elecciones y los referendos, este siglo, han reflejado sus divisiones. Es seguro que, para que la paz sea duradera, los acuerdos deberán ser aceptados por los propios ucranianos, la mayoría de los cuales defiende —incluso con su vida— un sistema democrático liberal, distinto al que impera en Rusia.
Las seguridades de que Ucrania jamás será parte de la OTAN son una condición sine qua non para Rusia. En 2008, el presidente Bush propuso a la OTAN la inclusión de Ucrania (y Georgia). Moscú hizo saber a Washington que esa era una línea roja que no podía cruzar. Washington siguió adelante. La crisis estalló en 2014 con la anexión de Crimea y el apoyo de Moscú a los separatistas del Donbás. Henry Kissinger, contrario a la inclusión de Ucrania a la OTAN, afirmó entonces: “Tratar a Ucrania como parte de la confrontación Este-Oeste frustrará por décadas cualquier esfuerzo de llevar a Rusia y Occidente, especialmente a Rusia y Europa, hacia un sistema internacional cooperativo”. Es lo que ha pasado. Ucrania se volvió de facto miembro de la OTAN. Eso no es aceptable para Rusia, que en cambio acepta su inclusión en la Comunidad Económica Europea.