Política

Sátira y poder: reírse de sí mismo

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  • Sátira y poder: reírse de sí mismo
  • Carlos Iván Moreno Arellano

Descubrí el poder de la sátira política mientras estudiaba en Estados Unidos. En medio del estrés doctoral, el show de David Letterman era más que una válvula de escape. Su sección “Grandes momentos en discursos presidenciales” (bit.ly/3TW3rJv), donde contrastaba la elocuencia de Roosevelt, Kennedy o Clinton con las incoherencias discursivas de Bush Jr., era una forma brillante de pedagogía política. Entre carcajadas se aprendía algo muy serio: el poder se vuelve más saludable cuando puede ser ridiculizado.

Hace unos días, la cadena CBS anunció la cancelación del The Late Show con Stephen Colbert, el heredero más lúcido de la tradición de sátira política que inició con Johnny Carson y floreció con Letterman. Colbert, como antes Jon Stewart, convirtió el monólogo en una herramienta cívica. Esa tradición de humor con propósito democrático está desapareciendo del panorama estadounidense.

La cadena ha justificado la cancelación por razones de “reorganización” y “cambio en modelos de consumo”. Pero es difícil no leer entre líneas: Colbert ha sido uno de los críticos más incisivos de Donald Trump. Y si algo sabemos del inquilino de la Casa Blanca es que no soporta el espejo de la comedia. Quien no sabe reírse de sí mismo, suele ver en la risa una agresión.

La sátira política es más que entretenimiento. Es un termómetro de salud institucional. El humor, lejos de ser frívolo, es una forma de inteligencia crítica: una herramienta para descomprimir la solemnidad del poder. Tocqueville ya lo intuía: reírse de los gobernantes es una señal de libertad democrática. Por ello sorprende que Trump, a diferencia de sus antecesores, nunca haya asistido a la tradicional Cena de Corresponsales de la Casa Blanca, espacio diseñado, precisamente, para reírse con y del presidente. Ni siquiera Bush, blanco frecuente de burlas, evitó reírse de su propia tartamudez frente a las cámaras. ¡Épico!

Cuando se apagan espacios como el de Colbert, vale la pena defender el valor cívico del humor. En política es necesaria esa pedagogía lúdica e incómoda: no todo debe pasar por el boletín oficial o el discurso solemne. A veces, un buen chiste dice más que cien declaraciones. Sin humor, no hay autocrítica. Sin autocrítica, no hay democracia que aguante, ni la del Tío Sam.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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