Ayer le entregaron la constancia de mayoría a Claudia Sheinbaum como Presidenta Electa de México. Es muy probable que, en noviembre próximo, también los Estados Unidos elijan a su primera mujer al frente de la Casa Blanca. Kamala Harris ya va delante de Donald Trump en algunas encuestas, y con la narrativa a su favor.
Esta inesperada -pero muy aplaudible- voltereta electoral en EEUU genera buenas expectativas para la educación superior, y para una mayor cooperación bilateral en materia académica y científica.
Los sistemas universitarios de ambos países no pueden ser más distintos, lo que desincentiva la vinculación. En EEUU el sistema es altamente descentralizado y primordialmente privado; incluso las universidades públicas cobran altas colegiaturas. Va a la universidad quien puede pagar o quien se puede endeudar. Su tasa de cobertura es universal (supera el 90%), pero la deuda estudiantil es estratosférica: 1.7 billones de dólares (sí, millones de millones). Son 43 millones los deudores universitarios, con una deuda promedio de casi 40 mil dólares por estudiante.
En México el sistema universitario es primordialmente público y de bajo costo, pero el problema es otro: la baja tasa de matrícula. Apenas 4 de cada 10 jóvenes tienen acceso a la universidad. Allá tienen la crisis de la deuda, acá la de cobertura educativa.
La propuesta de Sheinbaum para incrementar el acceso es fortalecer el programa de becas estudiantiles y materializar la promesa de la gratuidad en las universidades públicas, buscando que lleguen más jóvenes de bajos ingresos.
Por su parte, Kamala propone condonar deudas inferiores a 10 mil dólares y cerrar universidades con fines de lucro que estafan a los estudiantes. También plantea la gratuidad en universidades públicas para familias que ganan menos de $125 mil dólares al año, además de subsidiar comida, vivienda y transporte estudiantil.
Las estrategias de ambos países, con sus diferencias y matices, requerirán de una gran inversión pública para hacerlas realidad. Pero las une una misma visión: que la educación superior es un derecho, no un privilegio. Se abre una vía de colaboración, a menos que Trump diga otra cosa.