Aún hoy en día, La rebelión de las masas, de José Ortega y Gasset, continúa generando reacciones diversas. El autor español en 1929 ya vaticinaba la llegada y las consecuencias de los regímenes totalitaristas. Ortega fue un idealista decepcionado y denuncia la superficialidad, el conformismo y el menosprecio hacia el que piensa distinto.
En La rebelión de las masas, José Ortega y Gasset advierte sobre un fenómeno sociopolítico crucial: el ascenso de la “masa” como fuerza dominante en la vida pública. Ya no se trata simplemente de una multitud numérica, sino de un tipo humano que, sin preparación ni conciencia histórica, reclama el derecho a imponer su opinión, despreciando el conocimiento, la tradición y la responsabilidad. En el México contemporáneo, esta advertencia parece tener una resonancia inquietante.
La consolidación democrática en México ha ampliado la participación ciudadana, pero también ha expuesto una creciente tendencia al populismo. Líderes como Andrés Manuel López Obrador han sabido capitalizar el sentimiento de abandono y desigualdad social, apelando al “pueblo bueno” como única fuente de legitimidad. Esto ha provocado una descalificación constante de instituciones, expertos y organismos autónomos, en nombre de una supuesta voluntad popular encarnada por el líder. Ortega y Gasset previó este fenómeno: la masa no quiere ser liderada, quiere mandar. No aspira al saber, sino a imponer su deseo inmediato.
El problema no radica en que los sectores populares accedan al poder, sino en que este acceso no venga acompañado de una cultura cívica sólida. En México, el discurso oficial muchas veces alienta el resentimiento social en lugar del esfuerzo colectivo. Se trivializan los datos, se atacan a los científicos y se demoniza al adversario político. Este escenario ha generado una peligrosa polarización: una masa convencida de que tener mayoría es razón suficiente para ignorar la ley, la técnica o el diálogo.
Ortega escribió que la civilización es ante todo un esfuerzo, una conquista del hombre sobre su naturaleza caótica. En México, este esfuerzo parece en riesgo cuando el discurso público premia el simplismo y castiga la crítica. Si el país desea evitar la deriva autoritaria o la mediocridad estructural, debe apostar por una educación crítica, una ciudadanía informada y una élite responsable, no encerrada en privilegios, sino comprometida con el bien común. De lo contrario, la “rebelión de las masas” dejará de ser una metáfora para convertirse en nuestra ruina silenciosa.