Hoy asistimos sin mayor estupefacción a la danza de nombres que van figurando en la no oficial lista negra de Jeffrey Epstein, cada vez con mayor documentación visual que pone repetidamente en el lugar de los hechos a Donald Trump, pero el interés por conocer más implicados abre el tema como agenda permanente de la que se desprenden imágenes hasta de citas que nada tienen que ver con delitos, pero igual llaman la atención.
Los retratos dentro de la residencia del financiero muerto en extrañas circunstancias en su celda hace algunos años, cuando afrontaba la justicia por los múltiples casos de abuso sexual que se le atribuían, perpetrados en su isla privada, dan una dimensión aproximada del poder que ese hombre tenía, reunido igual con el papa Francisco que con el entonces presidente cubano, Fidel Castro.
Un comité dominado por republicanos ha decidido llamar a comparecer a Bill y a Hillary Clinton por estar sus nombres en los manifiestos de vuelos a la isla privada, como los de múltiples personajes relevantes de distintas esferas, que los hace posibles sospechosos de algo, por ser aquel lugar la reiterada escena de un crimen, pero que de ninguna manera implica una culpabilidad de ninguno de ellos per se.
La expectativa de conocer la lista real ha tomado niveles insospechados, obligando a Trump a echar mano de todo tema a su alcance para mover la atención a otro lado, sean los aranceles al mundo, sea su injerencia en la guerra de Rusia y Ucrania o en la invasión de Israel a Gaza. Sus defensores intentan desde otro frente sortear los embates recordando el caso Clinton-Lewinsky, en el que se debe recordar que se argumentó por mucho perjurio, no violación de mujeres ni abuso sexual de menores.
En la novela La mancha humana, Philip Roth aprovecha la trama del viejo profesor asediado con falsas acusaciones de racismo y por buenas conciencias que reprueban su relación con una joven encargada de la limpieza en el campus para poner en la mesa lo que llama el puritanismo y la corrección política derivados del escándalo en la Oficina Oval, que puso al borde del impeachment a Clinton, salvado por el Senado.
Las diferencias entre los casos Trump, ya condenado antes por otros delitos, y Clinton son abismales y no admiten comparación.