Las instituciones educativas se interesan y preocupan por la salud mental de sus estudiantes: ofrecen atención psicológica de primer contacto, cumpliendo con su obligación de salvaguardar la integridad de su alumnado. Desgraciadamente, la mayoría de las instituciones públicas se asumen operativa y presupuestalmente incapaces de dar seguimiento profesional a casos específicos de ansiedad y depresión, por ejemplo. El autodiagnóstico empeora el escenario en el que un porcentaje cada vez mayor de jóvenes que ingresa a la educación superior se percibe con alguna condición psicológica sin haber sido diagnosticado clínicamente…
De la salud mental de los profesores, sobre todo de aquellos por horas o de cátedra, mejor ni hablamos: se encuentra en el completo abandono institucional. La docencia universitaria exige altos niveles de especialización, mucha resistencia al estrés y a la incertidumbre –pues muchos firman contratos semestrales–, a cambio de una retribución económica mínima.
En una institución universitaria pública promedio, un profesor de cátedra tiene que impartir más de 20 horas semanales frente a grupo (cerca de 40 horas de trabajo acumulado real) para rebasar los 12 mil pesos mensuales… eso equivale a tener a cargo, más o menos, 5 o 6 clases o grupos, es decir: entre 150 y 200 alumnos que deben ser evaluados objetiva y personalmente, y bajo criterios de calidad institucional…
Creo que es tiempo de reconsiderar las condiciones laborales de profesores de cátedra y el impacto de éstas en su salud mental y la calidad de su trabajo. La salud mental del profesorado no es cuestión de vocación o resignación profesional.
Si eres profesor por horas, lucha por mejores condiciones de trabajo. Es difícil desde la precariedad y la incertidumbre, pero al menos poner el tema sobre la mesa y discutirlo en momentos de cambio político podría ayudar. Feliz Día del Maestro.
