Supongo que una cosa es el nepotismo y otra la realidad innegable de que el talento se hereda y que hay cierta predestinación, cierta inclinación natural que algunos individuos tienen para ejercer algunos oficios. Una cosa, supongo, es el enchufismo (como dice bellamente Wikipedia) y otra cosa es el don con el algunas familias han sido bendecidas ya sea para producir queso o para ejercer cargos públicos. Sabemos que en nuestras sociedades, tradicionalistas y más tendientes al conservadurismo que a otra cosa, la mejor escuela es la casa, la sangre, y por eso es común que clanes familiares se forjen un renombre en ámbitos tan diversos como la crianza de ovejas, la academia, la dirección de instituciones públicas o puestos de elección popular. Supongo que es mezquino reducir todo a una práctica corrupta solapada e incitada por el propio sistema, sin considerar el talento natural y cierta predisposición genética que, inevitablemente, hace que resalten unos sobre otros.
No me mal entiendan: todas, todos somos iguales, sí. Pero sabemos que en la práctica hay cosas, talentos, que la naturaleza le otorga a unos para en su sabiduría y equilibrio negárselas a otros. Así es. Ni modo. Especialmente si se trata de poder y don de mando: el porte necesario, la sabiduría y la predisposición de servicio claramente se cultivan en el seno de familias poderosas, se adquieren por tradición. Ese no sé qué se trae, no se aprende en ningún lado.
Así es que, bueno… No deberíamos sospechar de ellos. Supongo que saben lo que hacen y que lo hacen por el bien de todos. Entendamos que la enfermedad del poder por el poder es cosa del pasado y que por fin estamos mirando en el horizonte una democracia ejemplar, moderna, objetiva, tecnocrática y justa, de cuyas prácticas vamos desterrando, poco a poco, el influyentismo, el nepotismo, el compadrazgo y el amiguismo. El futuro, por alguna razón, empezará a suceder en 2030. Valdrá la pena esperar.