Desde hace unas semanas, circulan mensajes en WhatsApp y en redes sociales, en los que se advierte de estafas y otros delitos cometidos por migrantes en nuestro estado. Se trata de típicos mensajes en cadena que usan el miedo y la inseguridad como gancho para sembrar la desconfianza hacia el otro. Estafas piramidales, lucro con falsas desgracias que buscan forzar la compasión, préstamos a cuentagotas, engaños, robos, narcomenudeo, extorsiones, etc. Ese tipo de mensajes han pululado desde siempre en la virtualidad, y algunos han trascendido el pánico digital para instalarse en las calles, como aquella triste escena que se montó Adela Micha hacia 2007, cuando le otorgó un protagonismo enfermizo al falso ritual de iniciación de la banda centroamericana “Sangre”, sin corroborar que se trataba de una leyenda urbana que circulaba en internet desde mediados de los noventa.
Los mensajes que ahora se distribuyen en grupos de WhatsApp y en muros sensacionalistas de Facebook no son gratuitos cuando intentan viralizarse en un momento en el que todo el continente parece entregado a la incertidumbre de las políticas de derecha de Estados Unidos. Y son peligrosos porque echan mano de una retórica que mezcla desinformación, un ambiente comunicativo incierto y la realidad, innegable, del aumento de la inseguridad en nuestro estado… ese tipo de mensajes que intentan forzar una correlación entre el aumento de crímenes violentos en la región con la mayor presencia de migrantes, son más una estrategia para sembrar la xenofobia como un distractor de las causas objetivas de la violencia que nos azota desde ya hace bastante tiempo, que advertencias de un peligro verdadero.
Pareciera que estamos ante la configuración de un discurso clasista y racista muy cercano al de nuestro vecino del norte. Debemos ser cuidadosos de no caer en su engañosa seducción y pensar críticamente antes de compartir mensajes que aprovechan un momento de incertidumbre para promover la duda y la desconfianza contra las comunidades migrantes o cualquier otra entidad, es decir, tener cuidado de las construcciones ideológicas que buscan personificar el mal y ponerle el rostro del otro.