La cuenta oficial de Instagram de la Casa Blanca tiene anclada, como primera publicación, las fichas de detención de un mexicano condenado por violación infantil, un jordano sospechoso de vínculos con ISIS, un salvadoreño miembro de la MS13, otro mexicano buscado por asesinato, un hondureño arrestado por posesión de cocaína y fentanilo, un etíope procesado por violación, otro hondureño buscado por agresión con arma de fuego, un brasileño condenado por homicidio vehicular y otro mexicano arrestado por conducir intoxicado.
El sesgo racista y antiinmigrante de la publicación se refuerza con un video más reciente, titulado “Madres de víctimas de inmigrantes indocumentados critican a Selena Gómez: ‘No lloraste por nuestras hijas’”, en el que Alexis Nungaray, Kayla Hamilton y Rachel Morin reprochan a la actriz el video viral en el que aparece llorando indignada por la deportación de niños mexicanos que “son tratados como criminales”.
Estos mensajes, maniobras efectivas del populismo mediático, no se centran en la administración de justicia sino en el origen y estatus legal de los detenidos, lo cual refuerza la estigmatización generalizada de mexicanos y extranjeros entre la ciudadanía estadounidense, también víctima de una violencia que involucra a actores de ambos lados de la frontera.
Reconozco que aspirar a una justicia que encarcele a culpables de crímenes atroces es válido y urgente, pero debería preocuparnos una criminalización generalizada basada en la raza o perfiles estandarizados. Históricamente, la normalización de este discurso ha derivado en persecuciones y exterminios.
El propósito legítimo de perseguir criminales e impartir justicia no debería ser vehículo del racismo ni de la intolerancia. Es crucial analizar cómo, incluso al denunciar la violencia, replicamos mecanismos retóricos de odio y xenofobia. No olvidemos que el ascenso de las derechas más abyectas comienza con un lenguaje que confunde justicia con intolerancia.
