Al final, cedemos. Porque supongo que una cosa es el deseo romántico de una llamada izquierda que pasó de noche el cambio de siglo, y otra cosa es la verticalidad de los mercados, la dependencia económica y la triste realidad que nos obliga a vernos en el espejo de nuestras carencias, necesidades y vicios más terribles.
Creo que nadie merece vivir bajo la amenaza y el miedo constantes, bajo la incertidumbre que obliga a aceptar condiciones que parecieran inaceptables e, incluso, impensables tan solo hace un par de sexenios.
Nuestros dirigentes lo han hecho bien, a pesar de todo. Sabíamos, en el fondo, que la bella carta del presidente de Colombia no iba a hacer mucha diferencia ante la amenaza de un bloqueo; y sabíamos que las condiciones del más poderoso siempre se imponen en el tablero. Aceptamos nuestra dependencia y que no estamos preparados, al final, para un cambio tan veloz de paradigma.
Qué triste impotencia tener que ceder a las amenazas, estar obligados a jugar el juego. Es triste porque imaginado otros futuros que sólo hemos soñado porque, desgraciadamente, nos ha faltado disciplina y una idea de lo colectivo. No podemos culparnos, tampoco: la vida es cruel en la carencia y más vale vencer que ser vencidos.
Pero, pase lo que pase (y aunque ya haya pasado con resultados terribles: un muro humano en la frontera, agentes extranjeros preparando cuerpos militares de élite en nuestro territorio en pos de la lucha contra las drogas), no debemos dejar que la derecha conservadora lo aproveche para contagiarnos de su clasismo, xenofobia y racismo. Sabemos que lo harán: que aprovecharán lo que parece un revés de nuestros llamados gobiernos progresistas para hacernos creer que ellos siempre tuvieron la razón y que tenían la solución desde el principio. Sabemos que nos van a decir que ellos habrían evitado todo esto, aunque eso fuera imposible, con tal de someternos a su idea de nación basada en el retroceso de las libertades civiles y triunfos de la sociedad organizada.
No perdamos de vista que lo que sucede será aprovechado por ese sector de la sociedad que ansía el poder por el poder mismo para conservar un orden que hemos buscado cambiar por décadas. Que nuestra crítica del poder no caiga en esa seducción derechista y conservadora, por favor.
