Aquí voy otra vez. Reviso ensayos que me gustaría que leyeran mis alumnos. Ensayos fascinantes de pensadores contemporáneos y otros textos que, con el paso de los años, iluminan problemas actuales a pesar de haber sido escritos antes de internet. En mi tiempo libre reviso mis carpetas con archivos que he ido acumulando con la esperanza de utilizarlos en algún momento en alguna clase. El problema es que mis alumnos, a quienes verdaderamente aprecio, ya no leen. Sus aficiones se han desplazado gracias a la digitalidad, la pandemia y al generalizado decaimiento del conocimiento en nuestros contextos universitarios, hacia otros terrenos más pragmáticos y “monetizables”. Producir, generar. La lectura no tiene mucha cabida ahí, y menos la lectura de ideas.
Me hubiese gustado que leyeran la conferencia que Gérard Wajcman dictó remotamente para el 1er Foro Internacional de Estudios Visuales: La imagen como pensamiento, organizado por la UAEMEX en octubre de 2014. Ahí propone una tesis interesante y necesaria en nuestro tiempo, lamentablemente cíclico, en el que los cuerpos parecen importar poco ante la desaparición y el exterminio: poner en juego los cuerpos reales como un estilo de resistencia ante el poder disolvente de la imagen, específicamente de la imagen digital contemporánea. Vivimos en la era de la mirada absoluta, en la que hemos pasado de la libertad de ver, al imperativo generalizado de mirar. En esta era hipermoderna, todo lo real será traducible a la imagen. No vivimos más en la era de la imagen: hemos pasado por una era del exceso de imagen a una era de la mirada hasta llegar a la era de la transparencia, proceso mediante el cual hemos visto más profusamente en nosotros mismos, anulando lo impenetrable de la materia, volviendo nuestros cuerpos transparentes.
El problema es que esa voracidad visual representa un peligro: “entre más veo, más deseo ver y entre más yo creo ver revelarse lo que otra imagen me oculta, más se me escapa lo que las imágenes supuestamente me muestran”. Un delirio visual, pues. En ese trajín, los cuerpos reales quedan reducidos a su representación, a su repetición infinita en la digitalidad. El problema es mayor y de necesario análisis cuando las representaciones de los cuerpos se limitan a su ausencia: a las prendas que solían cubrirlos, por ejemplo. El problema de Wajcman, en contextos de guerra o de violencia extrema como la mexicana, pasa de la digitalidad a la realidad. El cuerpo transparente que sólo existe en el aura fantasmal que habitó una camisa o un par de zapatos.
Será necesaria la materialidad de los cuerpos para entender la dignidad que requiere el caso. El volver los pasos y comprender que necesitamos revalorizar los cuerpos y el espacio que ocupan en nuestras realidades abyectas y terribles y aceptar que su obliteración, que su reducción a su presencia fantasmal en una prenda o un zapato es un lugar común que va a marcar nuestra era en la que la abstracción de conceptos e ideologías se han impuesto sobre nuestra presencia y papel en el mundo, tristemente.