Es difícil dar. No solo hablo de lo material, sino de nuestra atención, tiempo, interés y afecto. A menudo preferimos recibir ayuda en lugar de ofrecerla. En las reuniones familiares, nos perdemos en nuestros teléfonos en vez de conectar con quienes nos rodean. Queremos ser aceptados, pero ¿cuánto nos esforzamos por aceptar a los demás? Es fácil caer en el egoísmo, creyendo que el mundo gira en torno a nosotros, nuestras necesidades y deseos.
"Jesús se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos de este mundo malvado, según la voluntad de Dios nuestro Padre" (Gálatas 1:4). Esta declaración puede leerse rápidamente, pero ¿entendemos su profundidad?
Jesús, siendo totalmente Dios y totalmente hombre, experimentó en su humanidad hambre, frío, sed, soledad, desvelos, angustia, tristeza, dolor, traición, y abandono. En paralelo su divinidad le llevó a vivir todo el tiempo manifestando de manera práctica su compasión por todos, pasando por alto sus propias circunstancias y necesidades.
Por amor alimentó a multitudes multiplicando panes y peces. Por la misma razón sanó leprosos, dio vista a los ciegos, hizo andar paralíticos, restauró sordomudos, resucitó muertos, curó a millares que padecían de toda clase de dolencias y enfermedades, liberó a cautivos y poseídos por el diablo.
Pero lo más asombroso es que literalmente se dio a sí mismo por nosotros. Cargó con nuestros pecados, asumiendo el castigo que merecíamos en la cruz. "¡Consumado es!", proclamó antes de morir, y al tercer día resucitó.
Hoy Jesús nos busca, no porque necesite algo de nosotros, sino porque sabe que cada uno de nosotros necesitamos todo de Él. No busca que le demos algo, quiere darnos su perdón, salvación y una vida nueva y eterna.
Recuerda que Él te conoce a la perfección y aún así te ama. Por eso Jesús no quiere dejarte como estás. Eleva a él tu alma y dile: “Señor, gracias por amarme y darte a ti mismo por mí. Con base en lo que hiciste en la cruz te pido que perdones mis pecados. Te abro la puerta de mi corazón; de la persona que verdaderamente soy y que tú conoces bien, y te pido que vengas a morar en mi interior y me salves. Haz tu obra en mí, y ayúdame a conocerte y seguirte cada día de mi vida. Amén”.
Jesús promete estar contigo y no dejarte jamás ni desampararte.