La Unión Americana vivía momentos complejos, ya que al exterior imperaba la Guerra Fría, y en lo interno se tenía que hacer frente al problema racial y al creciente movimiento de los derechos civiles para los afroamericanos. Fue en este contexto que el presidente John F. Kennedy instruyó que se buscara a un hombre de color que, cumpliendo con los requisitos necesarios, se convirtiera en astronauta, y el único con las credenciales para lograrlo fue Ed Dwight.
En 1962 fue publicitado ampliamente por ser el primer astronauta negro en ser parte de la NASA; el “cielo” estaba a su alcance, pero con el asesinato de Kennedy un año después, a Ed lo relegaron por completo y se vio obligado a renunciar.
Sin embargo, el pasado domingo, Ed Dwight, de 90 años, pudo finalmente cumplir el sueño que le parecía imposible a estas alturas de su vida: Viajar al espacio. Dwight no pagó un solo centavo por su vuelo a bordo del cohete New Shepard, propiedad de Jeff Bezos y de su compañía Blue Origen. Su asiento fue patrocinado por la fundación “Space for Humanity”.
Hablando del Cielo, quizá pienses que para ti es demasiado tarde. En algún momento estuviste dispuesto a considerar a Dios, pero quizá le diste la espalda, y estás seguro de que no hay forma de arreglarlo. El tiempo, los pecados, la culpa, la vergüenza y la desesperanza se han acumulado. La oscuridad se ha hecho tan densa que consideras que para ti ya no hay remedio. Quizá en tu interior ha quedado labrada la frase: “Soy un caso perdido”.
De ser así, Jesucristo viene a ti con un mensaje de amor. Esta promesa es completamente tuya: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”, Lucas 19:10. ¡Él viene por ti! Y no solo eso, tiene algo más para ti: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”, te asegura en Juan 10:10b.
Lo único que tienes que hacer es creer y acudir a Él tal y como estás: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera”, Juan 6:37. “...cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia”, Romanos 5:20.
Dile a Jesús ahora mismo: “¡Gracias por dar tu vida a mi favor en la cruz! Perdona mis pecados. Te entrego mi vida. Ven a morar a mi corazón y sálvame. A partir de este momento te pertenezco solo a ti. Amén”.