Alguien dijo que Dios nos hizo tan libres, que cada uno de nosotros decide a qué se esclaviza. Y si lo analizas tiene sentido. Hay quienes viven esclavizados a algo que consideran “cosa menor” como el mal humor. Otros se han entregado a la amargura o al resentimiento. Hay quienes transitan por la vida presos de la codicia, la lujuria, los celos, o la envidia. Están quienes viven cautivos al poder, éxito, fama o riquezas. La obsesión por tratar de mantenerse joven o atractivo es una prisión. Hay personas atrapadas por toda clase de vicios, excesos y pasiones. La incredulidad y el ateísmo esclavizan también el alma humana.
Sin duda puedes añadir a la lista muchas cosas más. Lo cierto es que todos tenemos inclinaciones y debilidades hacia cosas que sabemos que son perjudiciales y destructivas. Por eso un predicador dijo con toda honestidad: “Nunca he visto a nadie cometer un pecado que yo mismo no cometería”.
Todos lidiamos con algo, pero muchas veces no nos atrevemos a reconocerlo. Sin embargo, Dios que es Omnisciente lo sabe. Conoce lo que nos genera vergüenza y culpa. Sin duda sabe también de nuestro cinismo e indiferencia. Con todo, él nos ama y no quiere dejarnos en nuestra condición actual.
Jesús dijo: “Vengan a mí todos los que están trabajados y cargados y yo les daré descanso. Lleven mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón y hallarán descanso para su alma, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga”, Mateo 11:28-30.
Dios ejemplifica de manera muy gráfica lo que quiere hacer en nuestro favor. Puedes dejar a los pies de la cruz del Calvario aquello que te mantiene cautivo y entregarle tu vida a Cristo. De esta manera y con su yugo podrás tener una nueva vida. Jesús será quien lleve la carga. Te guiará y sacará adelante. Su fuerza te sostendrá en la debilidad. Te guiará por sendas de vida y no de muerte y destrucción.
Todos vivimos bajo algún tipo de yugo, y si no es Jesucristo quien está a nuestro lado, estaremos en problemas. Recuerda que las carrozas fúnebres no llevan remolque, y lo único que nos llevaremos a la eternidad es nuestro pecado sin perdonar, o Cristo en el corazón.
Cualquiera que sea tu condición, clama a Jesús. Pídele que te perdone, salve y venga a morar a tu corazón. Él vive y te escucha.