“Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”, fue la frase de Neil Armstrong cuando puso un pie en la Luna el 20 de junio de 1969. Ese día el mundo fue testigo de una hazaña inédita. La bandera de Estados Unidos fue la primera en colocarse allí.
Recientemente China puso su bandera en la Luna, y en una misión no tripulada trajeron de vuelta a la tierra, muestras de su cara oculta. En el último año la India y Japón han posado naves en la superficie lunar, y también, la empresa privada “Intuitive Machines” se convirtió en la primera en poner un módulo de aterrizaje en la Luna.
Las imágenes de nuestro satélite natural muestran aridez y desolación, pero la Luna contiene preciados recursos materiales que gobiernos y empresas privadas desean tener.
Respondiendo a la pregunta de esta colaboración, un acuerdo de la ONU de 1967 señala que ningún país puede reclamar la propiedad de la Luna. En su lugar, el Tratado del Espacio Exterior dice que ésta nos pertenece a todos.
Surge entonces otra interrogante; si la Luna “nos pertenece” ¿quién es el dueño de nuestro planeta? Las superpotencias quieren su control, pero el Salmo 24:1 nos proporciona información importante al respecto: “Dios es dueño de toda la tierra y de todo lo que hay en ella; también es dueño del mundo y de todos sus habitantes”.
No fuimos nosotros los hacedores del universo y de lo que contiene. Tú y yo ni siquiera nos hicimos a nosotros mismos, “Porque tú formaste mis entrañas; Tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras”, reconoció con humildad el rey David en el Salmo 139:13-14.
El apóstol Pablo nos dice que, “somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesus”, Efesios 2:10. Dios es tu creador y en él está tu origen e identidad. Tú eres lo más valioso que hay para él, y por eso desde el Cielo él envió a su amado, perfecto y único hijo en tu rescate.
Si piensas que “no vales nada”, contempla a Jesús dando su vida por ti en la cruz. Él te ama sabiendo quién eres y lo que has hecho. Por eso vino en tu rescate. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”, 1ª. Juan 1:9.
Aprópiate de Jesús y su perdón. Pídele que venga a tu corazón y te de nueva vida.
