El Nuevo Testamento relata que Jesús ingresó a Jerusalén de la forma más humilde, montado en un pollino, mientras la gente arrojaba palmas y mantos a su paso, al tiempo que clamaban: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!”, (Mateo 21:9).
El pueblo creía que Jesucristo era el Rey y Mesías que los libraría del yugo de los romanos. Cuando se dieron cuenta que Jesús no venía con tal propósito, a los pocos días muchos cambiarían de opinión y darían voces diciendo: “¡Crucifícale! Pilato les decía: ¿Pues qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más: ¡Crucifícale!”, (Marcos 15:13-14).
Puede ocurrirnos que el acercamiento con Jesús responda solo a intereses propios: Que nos prospere económicamente; que siempre nos sane, o que nos evite de sufrimientos y pérdidas. Esto conlleva el riesgo de que nos olvidemos de que Él vino a morir como nuestro sustituto en la cruz, a fin de perdonar nuestros pecados y darnos vida eterna. Ciertamente Jesús sigue haciendo toda clase de milagros, pero su propósito fue buscar y salvar al que se ha perdido; es decir, a ti y a mí.
Veamos otro pasaje relevante: “Y Jesús halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado”, (Juan 2:14-16).
Lo que esta gente hacía, en complicidad con los líderes religiosos, era abusar de los peregrinos que llegaban a la ciudad en busca de Dios. Jesús no quiere que nadie se interponga entre el pecador y Dios mismo. No tienes que dar dinero a alguien para reconciliarte con Dios. Jesús ya pagó el precio de tu rescate en la cruz. Juan el bautista dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, (Juan 1:29). Jesús fue víctima inocente; sacrificado para que nuestros pecados fueran expiados por completo.
Preséntate directamente con Jesús, tal y como eres. Él es el único intermediario entre Dios y los hombres, y en ningún otro hay salvación, (Hechos 4:11-12).
Jesucristo te ha estado esperando. Te ama y quiere darte nueva vida.