Ya se estrenó Cuerpos de TV (Fit for TV), en Netflix, y es un escándalo. Lo que me sorprende de la reacción de tantas personas al ver los horrores de The Biggest Loser es que aún haya quien se sorprenda.
Pero claro, existe una generación que no había nacido en esos años (entre 2004 y 2016) o que apenas eran niños.
Esa misma generación creció con el body positivity, en el que la obesidad pasó por una reinterpretación social que buscó incluir a los cuerpos grandes en los paradigmas de belleza.
Y ahí está el dilema: ¿belleza o salud? Porque en este reality la salud nunca fue prioridad.
Quienes ya vieron los tres capítulos, seguramente se impactaron —aunque conocieran el programa original— con el maltrato, los gritos, el descuido y la explotación que se hizo de la desesperación de gente que solo buscaba una transformación para no sentirse enferma, despreciada o relegada.
Por eso este documental es importante: es un espejo de lo que somos como sociedad, incapaz de comprender que todos somos distintos y que nuestros cuerpos se defienden del abuso.
La avaricia de algunos productores que usaron como moneda de cambio la miseria de quienes solo querían mejorar.
De un extremo pasamos a otro: negar que la obesidad requiere cuidados y hasta agredir a médicos que tienen una báscula en su consultorio. Pero necesitamos entender que no hay un solo tipo de belleza ni de salud.
Hoy más que nunca urge ser compasivos con los demás y con nosotros mismos, porque volver entretenimiento extremo estos temas solo los hace más agudos y nos polariza más.