“¡Internet, haz lo tuyo!”, se escuchó rugir en redes. “Vamos a darle el tratamiento Coldplay”, escribieron otros. ¿Y cómo no? La primera vez que me apareció en el feed la imagen de un señor arrebatándole a un niño la gorra del campeón del US Open, yo también tuve esos —y peores— deseos para Don Gandallas. Pero la cosa no acaba ahí. Nunca puede acabar ahí.
La gorra había sido entregada por el campeón polaco Kamil Majchrzak a un fan muy joven que gritaba emocionado desde las tribunas. O al menos eso creyó Kamil. Pero como ahora hay cámaras en todos lados —sobre todo en un campeonato mundial o en un concierto de Coldplay, para el caso— el mundo pudo ver, casi en tiempo real, con una viralidad orgánica y explosiva, cómo se ve en la vida real “robarle un dulce a un niño”. ¿Aún se usa esa expresión?
Lo que pasó después era de esperarse: el campeón buscó al niño, y Don Gandallas —cuyo nombre es Piotr Szczerek— fue reconocido y doxeado en cuestión de horas. Resultó ser un CEO millonario, lo cual encajó a la perfección en la narrativa de “oprimidos vs. opresores” que tanto prende a las redes estos días.
La pregunta es si ahora que todos sabemos que hay una cámara en cada esquina, nos hemos empezado a portar mejor. Porque, aunque Don Cachuchas ya se disculpó, su negocio recibió un golpe en reputación y en números. ¿Será que quienes se sienten impunes son los únicos que siguen cometiendo estos actos, hasta que una cámara les recuerda que no va por ahí?
¿Podemos creer en su disculpa, cuando las imágenes ya nos contaron la historia del villano que, como aldea digital, nos toca destruir? No lo sé. Pero si lo único que nos contiene es el miedo a ser exhibidos, y no una convicción genuina de ser mejores, entonces no hemos aprendido nada, pese al sistema paralelo de justicia que nos impone la era online.
