¿Se han preguntado cómo seguimos vivos en este calor? Nadie se ha derretido. Mientras caminaba por la calle de Yautepec en la Condesa, imaginé que el diablo podría conducir un Mustang negro por aquí a toda velocidad oyendo a Elvis y no sería raro en medio de esta bruma casi lava; seguro alguien de Monterrey se ríe al leer esto.
Sin rumbo, sin planes, así suceden las mejores cosas: un bombazo callejero en una pared blanca decía: ¿existe alguien de quien te hubiera gustado despedirte?, pensé en una persona que no me habla desde hace muchas semanas, meses tal vez… continué mi camino hacia la nada, entró la llamada de alguien que últimamente me busca mucho, reafirmé algo: estar cerca de quien nos quiere cerca es algo precioso.
En alguna vuelta errática me encontré afuera de la heladería más conocida de la Condesa, pedí un helado de cereza, mi favorito en ese lugar. Sentada en la barra le pregunté al que atendía por qué habían cerrado la sucursal del Callejón del 57, “es que está muy feo por ahí, la gente como que no, es gente pobre, no tiene, prefiere helado barato del McDonald´s, no saben, además estaba lleno de indigentes”, me reí, “¿ah sí? nací en el Centro y soy de ahí, viví en esa calle, dicen que la esquina está maldita… sin duda soy de esas personas aunque me veas aquí”. Chupé la cuchara de forma grotesca, terminé mi helado, por un momento tuve ganas de salir de ahí sin pagar.
Más asfalto y un pensamiento llegó: sólo las personas que no han viajado en trenes van a morir tristes. Antes de que los alcance la muerte les recomiendo que por favor viajen al menos una vez en un tren de carga rumbo a Veracruz y también que naden cerca de Coney Island, esa imborrable franja terrestre de la costa de Brooklyn, con suerte podrían ver al fantasma de Whitman recitándole a las olas algo de Shakespeare. Me duele profundamente que crean que personas en situación de calle son culpables de la ruina de un local.
Pensando en trenes llegué a La Vinería en la calle Montes de Oca, me atendió el eficiente y amable Gabriel que fue testigo de su fundación en 1999, un tiempo no trabajó ahí, recientemente regresó. En el servicio militar aprendió a cocinar, querían reclutarlo como soldado, se fue de ahí por razones muy personales que no les puedo contar. Empezó a trabajar en cantinas y restaurantes que ya no existen como el Ambassadeurs, me contó que estaba en Paseo de la Reforma muy cerca de Bucareli, tenía un piano de cola blanco que tocaban los fines de semana. A través de sus ojos y voz pude ver ese piano, incluso escucharlo. La actitud lúcida de Gabriel me recordó que personas como él tienen un gran valor, han visto de todo en las calles, mesas y barras de esta ciudad, se dirigen con amabilidad, con cierta ternura y respeto.
Mientras bebía mi vino espumoso me enseñó qué hierbas debe llevar el caldo de pollo para no ponerle sal y quede muy bien, también me explicó cómo limpiarlo sin utilizar cuchara. Gabriel: seres como tú son eternos.