Leo tu último mensaje: “cara amiga, te extraño, ¿nos vemos?”, nos encontramos minutos después en nuestro café sobre Eje Central que ya no existe, se lo tragó la gentrificación, la pandemia, el olvido. Inevitablemente lloro esta mañana al cruzar Plaza Garibaldi, me asomo a varios lugares buscándote inútilmente, ya no nos queda nadie. Son 4 años, reproduzco los archivos de aquellas largas conversaciones en las que me contaste toda tu vida. Nada de eso existe ya, siento que ese tiempo se murió contigo. De cierta forma, la jovencita menor de edad que conociste en el extinto 33 una noche, también murió. Esa es la razón por la que nos llevábamos tan bien, porque las dos matamos a nuestro anterior yo. En aquella época que te conocí estaba algo perdida, encontré en ti una fabulosa perra guardiana en medio de las hienas que acechaban esos lugares mortales. Te vi bailar imitando a Raphael sobre Eje Central y en el Oasis, en las escaleras de tu casa y de aquellas en ese viejo edificio del Callejón del 57 al que jamás he regresado después de huir una madrugada. Actuábamos pequeños films en aquellos sucios bares, vivir la existencia como algo ficticio es más divertido que la realidad, tan predecible, absurda.
A veces repaso en algún video colgado en la red la icónica escena en la que estás con Katy Jurado en esa película de Jorge Fons: Fe, Esperanza y Caridad, por ese film llevaste una cicatriz en la frente debido a una pedrada que te dieron en una escena, confieso que no me gusta esa película, repaso las escenas tan sólo para recordarte. Estoy harta de documentales de crimen organizado, problemas sociales y exotización de vidas precarias, ¿no sienten/viven algo más allá del horror? ¿por qué les gusta aleccionarnos? ¿qué placer torcido encuentran en ese bucle? Afortunadamente Roberto Fiesco, el director de cine que decidió hacerte un documental entendió tu vida, tus fantasías, tu entrañable personaje, logró esa intimidad rara y extrema que no sucede en todos los documentales.
Quebranto es una pieza conmovedora en la que nos revelas lo complejo de las emociones humanas, la relación con Lilia Ortega “Doña Pinoles”, tu madre, la abriste sin reservas. Espíritu libre, artista, mujer transexual pionera que logró obtener legalmente su identidad. En el Café La Pagoda una madrugada me dijiste que el odio a las mujeres era tan grande que cuando afrontaste reconocerte mujer tu carrera como artista se vino abajo, se truncó, que reconocerte mujer te había quitado en algún momento todo. Para ti ser mujer no era un sentimiento, fue “comprender que las mujeres son magas, porque todo lo transforman, su ser creó el mundo…las mujeres son fabulosas y punto”. Alternabas en el Cabaret Bombay, en el Imperio, “para platicar, la compañía es importante”. En esta ciudad ya no existen los cabarets, ni los trajes de plumas de 2 millones de pesos que usabas, no existen tus grandiosos shows de Lucha Villa, te extraño cara amiga, aún no sé cuándo nos veremos.