El boom latinoamericano perdió un representante y el pacto patriarcal perdió a uno de los suyos. Esa parece ser la descripción de la muerte de Mario Vargas Llosa.
Basta con recordar una de sus polémicas años atrás, en su habitual columna dominical publicada en la edición impresa del diario El País de España, bajo el título de "Nuevas inquisiciones", y en la que llamó al feminismo como “el más resuelto enemigo de la literatura”.
Ahí, el premio Nobel de Literatura y autor de “La ciudad y los perros” aseguró que estaba "desmoralizado" por la perspectiva de que la literatura "pudiera desaparecer", víctima de quienes pretenden "descontaminarla de machismo, prejuicios múltiples e inmoralidades".
Si bien en aquella ocasión el autor despotricaba contra el “decálogo feminista” de sindicalistas que pedían eliminar en las clases escolares a autores “tan rabiosamente machistas como Pablo Neruda, Javier Marías y Arturo Pérez-Reverte" –lo cual resulta bastante cuestionable, pues el arte no puede tener una purga de tipo stalinista–, en el fondo podíamos encontrar vestigios de posiciones del autor peruano para con las mujeres a lo largo de su trayectoria.
Cabe destacar en ese contexto a Julia Urquidi. Convertida en un personaje de su famosa novela “La tía Julia y el escribidor”, ella era una mujer de carne y hueso, quien tuvo que soportar la trivialización de su vida en pareja con el escritor, justificada por la “creación literaria”.
La obra describe la relación entre quien sería premio Nobel y su primera esposa, 10 años mayor que él y cuyo parentesco cercano fue también motivo de controversia familiar, lo que motivó que salieran a escondidas.
Lo que muchos no dicen es que fue ella precisamente el soporte en los primeros años de creación literaria del novelista, y quien años después vería vulnerada su intimidad en el libro autobiográfico. Vargas Llosa la expuso al mundo con su propio nombre, sin importarle, los contratiempos que ella tendría en su vida privada.
Por ello es que en 1983 se publicó “Lo que Varguitas no dijo”, una obra autobiográfica de Urquidi que era una clara respuesta a “La tía Julia y el escribidor”.
En este libro Urquidi relata el periodo (1955-1964) en el que mantuvo su relación con el narrador. Su testimonio es relevante porque describe los años en los que ella lo ayudó en su camino hacia el éxito literario. El propio texto refiere que parte de ese impulso inicial fue responsabilidad de ella, además del obvio talento de Vargas Llosa.
Y es justo aquí, cuando es necesario replantear lo dicho por el fallecido novelista peruano sobre el miedo al feminismo como un ataque a la creación. No se trata, por supuesto, de eliminar o cancelar a autores, sino de arrancar de tajo el machismo de las letras.