“Tú ve y triunfa, no importa lo que digan los críticos”, se ha convertido en el slogan favorito para películas como Minecraft, que han sido severamente fustigadas por los “expertos” y recibidas de manera eufórica en las salas de cine.
Aunque la película ha recibido varios cuestionamientos desde un punto de vista cinematográfico, en términos de recaudación está siendo exitosa. Se generaron 301 millones de dólares a nivel mundial solo durante el primer fin de semana de proyecciones, algo que muchas de las supuestas joyas del cine reciente ni siquiera sueñan con alcanzar. Por ejemplo, según The Numbers, The Substance ha recaudado 17.5 millones de dólares a nivel nacional y 59.7 millones de dólares a nivel internacional, para una recaudación de taquilla mundial superior a los 77 millones de dólares durante su exhibición en cines. Y esto, para mencionar un ejemplo relativamente exitoso.
Al margen de comparativas y debates sobre cifras, la verdadera discusión se centra en qué no logran ver los críticos de cine una y otra vez, de tal forma que sus expectativas cada vez menos corresponden con las experiencias de las audiencias.
Y esto tiene que ver con un factor: tocar piso. Es cada vez más común que los gurús tradicionales de la comunicación, desde la política hasta la cultural, fallen en sus pronósticos, o que las campañas que se lancen peguen justamente en el polo opuesto de lo esperado. Es un fenómeno que, de tan recurrente, ya es más bien lo esperado. Es como si los otrora pundits reivindicaran el deber ser: la corrección política, el refinamiento y el buen gusto, cualquier cosa que ello signifique pero que sea elitista, y así al infinito.
Pero al parecer estamos en el ocaso del wokismo. Una era cuyo objetivo no fue convertirnos en mejores versiones de nosotros, pues no tiene nada que ver con el progresismo, sino plantear modelos inalcanzables de perfección desde una óptica cargada de privilegios que se olvidaban de los contextos e historias de cada persona y no dando margen a otras perspectivas. Pero, como en todo, el revés del péndulo llegó y un día la parte ordinaria y común de cada persona se desató, y se empezaron a escuchar en viva voz lo que muchos pensaban. Y filmes como Minecraft o Mario Bros mostraron lo que muchos disfrutaban, sin la complejidad o profundidad de una trama de Scorsese. La pregunta de fondo es: ¿cómo se pudo ignorar por tanto lo que representa el gusto generalizado en lo cotidiano?
Ahora, la gente expresa abiertamente sus gustos cotidianos y lo ordinario se impone. Películas como Minecraft y Mario Bros han capturado más interés que historia sofisticadas. La pregunta es cómo se ignoró por tanto tiempo el gusto generalizado.
Y a las audiencias no sólo disimulan su gusto: han perdido ya toda inhibición: un ejemplo claro es el llamado "Chicken Jockey", un fenómeno que ha provocado estallidos de júbilo dentro de las salas en la que los asistentes lanzan palomitas y confeti –e incluso han llevado gallinas– reaccionando a la representación de un meme sobre la dinámica de juego que sólo los aficionados al juego reconocen, entienden y se identifican. Y que les hace, por unos segundos, gritar y ser ellos mismos. Y esto que ha sido tan despreciado por algunos, es la apropiación y resignificación de la expresión artística. Aquí si y no en los textos esnobistas extasiados por filmes de Lynch, estamos viendo como la parte sensible del ser se logra apropiar de la experiencia estética convirtiéndola en propia.
Y así, mientras los gurús de la corrección y buen gusto se rompen vestiduras, el estallido de expresarse sin el sensor del buen gusto predomina. Mientras algunos cuantos corren como gallinas sin cabeza, sin saber dónde la perdieron.
