Política

El jitomatazo de Trump cayó en la cocina de Estados Unidos

Cuando Donald Trump MacLeod arremete, lo hace con furia, y esta vez eligió como objetivo al jitomate mexicano, que representa el 70 por ciento del consumo de este producto en Estados Unidos. Lo hizo por medio de un arancel que busca proteger a productores de Florida y California, pero que pega directo en el bolsillo y el estómago de millones de consumidores que ahora verán encarecidas sus salsas, pizzas, hotdogs y hamburguesas.

El efecto kétchup pronto se hará sentir en sus cocinas.

Casi ningún analista económico ve ventajas de negocio en esta decisión, que suena a estruendo más que a iluminación. Mr. Trump parece estar moviendo el avispero en busca de una idea que le ofrezca una salida a esas ansias de encontrar las mieles que lo salven de una cadena de desatinos. Pero pocas avispas hacen miel, esa suele elaborarse con la laboriosidad de las abejas.

Mientras Trump ensayaba un nuevo teatro electoral, Claudia Sheinbaum le dio al jitomate el estatus de símbolo nacional. En Sinaloa, Michoacán y Jalisco, el fruto rojo no sólo es color de cosecha: es cultura, herencia, raíz y economía. Se cultiva para el taco y los guisos, y con ello se sostienen comunidades enteras.

Cuando la plaga ataca, los métodos de control son sobrevivencia, y Sheinbaum lo entendió bien. El esposo de Melania siembra odio con su guerra arancelaria; la ex jefa de Gobierno de la Ciudad de México consigue el respaldo de los productores del antioxidante favorito de los nutriólogos.

Trump tiene prisa: enfrenta las elecciones intermedias de 2026, cuando estarán en juego 39 de 50 gubernaturas, la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. Sheinbaum, en cambio, gobernará sin presiones mayores hasta 2027. No carga con urgencia, puede jugar a mediano plazo.

Y sabe que el jitomate no se negocia como un comodín de campaña, sino como pieza clave de la soberanía alimentaria del país. Es identidad, es política. Aun así hay que tener cuidado con el gringo naranja, todo el mundo lo sabe.

La cocina como campo de batalla

Con el arancel del 17.09 por ciento, el jitomate se encarecerá entre 10 y 15 por ciento en los supermercados de Estados Unidos, según la Universidad Estatal de Arizona. De pagar 1.20 dólares por libra (unos 22 pesos), muchos consumidores firmarán tickets por al menos 1.65 dólares (más de 30 pesos). El golpe será doblemente visible en las ciudades con fuerte presencia latina: Chicago, Houston, Los Ángeles.

La cocina estadounidense –ese territorio íntimo y profundamente político– se convirtió en el escenario de otro tropiezo del republicano desde su regreso al poder. Mientras él agitaba su discurso anti importaciones, las redes se burlaban: “Trump quiere tacos sin jitomate”, “La salsa se volvió de lujo”.

De acuerdo con DINAMIC, una de las compañías de antropología digital más prestigiosas en América Latina, el 70.6 por ciento de los usuarios rechazan los aranceles de Donald Trump, frente a un 17.3 por ciento que los justifican, la mayoría argumentando que es parte de una estrategia para mejorar la seguridad en la frontera y el combate al crimen organizado.

El estudio de esta firma que utiliza herramientas de Inteligencia Artificial analizó 61.2 millones de conversaciones digitales sostenidas entre el 10 y el 14 de julio, advirtiendo que a los internautas les preocupa “el golpe al bolsillo” y que “nos va a salir caro”; consideran que Trump “tira el anzuelo” a Sheinbaum como una táctica para sacar ventaja en las negociaciones sobre el tratado comercial de América del Norte.

Las preocupaciones no son exageración. México exporta más de 3 mil millones de dólares al año solo en tomates frescos. Es decir: cada enchilada con jitomate mexa también representa una interdependencia económica que Trump ahora pone en juego. Si algún día se habló de la enchilada completa (¿recuerdan a Jorge Castañeda?), ahora cualquier negociación está en boca de todos.

Si Estados Unidos deja de importar jitomate mexicano, ¿qué alternativas tiene? Una, muy lejana en volumen, es Canadá (menos de 500 millones de dólares en compras). Pero, curiosamente, esta es otra de las colmenas que Trump ha golpeado desde que volvió al Despacho Oval. Le gusta tener incordios con sus principales socios.

Sheinbaum y la dignidad sin aspavientos

En medio de la tormenta, Sheinbaum no grita ni dramatiza, pero da otro golpe que resuena: demandó a Jeffrey Lichtman, abogado de Ovidio Guzmán –hijo del ‘Chapo’–, por acusaciones que calificó como “irrespetuosas”. No se trata sólo de una acción legal sino simbólica. En términos políticos, fue un mensaje de soberanía: la Presidencia de México no se ensucia ni se subasta.

Incluso críticos frecuentes del gobierno reconocieron que el gesto tuvo fondo y forma. Sheinbaum se niega a ser colocada en el banquillo de los acusados por un abogado extranjero que ha defendido organizaciones de ultraderecha como Justice Project. No es la presidenta del crimen, sino una mandataria que defiende la dignidad institucional.

En cambio, Trump lanzó un jitomatazo con boleto de regreso. Las encuestas muestran que le salió mal. Según los sondeos en Estados Unidos, su aprobación cayó entre 4 y 10 puntos desde enero de 2025, cuando tomó posesión. Menos de la mitad de los gringos lo ven con buenos ojos. En estados como Nevada y Arizona, los votantes independientes lo castigan por medidas que “afectan la economía familiar”.

Sheinbaum, en contraste, que ganó con 6 de cada 10 votos, ha crecido en popularidad desde que asumió el cargo en octubre pasado. Los estudios de opinión la ubican entre el 70 y el 80 por ciento de aceptación. Su estilo sobrio, sin escándalos, con ese tono pausado y esa capacidad para tomar decisiones con firmeza rivalizan con los berrinches de un Trump que no logra entusiasmar ni a su propio partido.

El magnate neoyorquino apostó por la provocación; Sheinbaum eligió la templanza. Él lanzó un jitomatazo; ella respondió con serenidad y paciencia (Kalimán dixit). La relación bilateral no se cocina en una sola olla ni se sazona al gusto del más hambriento, involucra cadenas de suministro, respeto institucional y diplomacia sin aspavientos.

México supo no engancharse. Esa moderación no fue debilidad, sino estrategia. Porque el jitomate, ese fruto que en los viejos teatros populares se lanzaba cuando el espectáculo era malo, ahora cambió de dirección: el show barato lo puso Trump y el jitomatazo terminó en su propia cocina.

Trump quiso convertir a la materia esencial de las enchiladas en proyectil electoral, pero sólo logró encarecer la cena de sus votantes. Sheinbaum lo transformó en bandera de soberanía. Y, como en los buenos teatros, el público reconoció quién se mantuvo en la escena de pie y quién se fue cubierto en salsa.

¿Qué diría hoy doña Mary Anne MacLeod? La inmigrante escocesa que llegó a Nueva York en el arranque de los años 30 del siglo pasado también sabía de cocina, tanto que su hijo Donald degustó en la infancia un buen haggis –embutido hecho con vísceras de oveja– con rodajas de tomate americano. En aquel tiempo no había aranceles, sólo carretas con

Salvador Frausto


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Salvador Frausto
  • Salvador Frausto
  • Es director de Investigaciones y Asuntos Especiales de Grupo Milenio, editor general de la revista digital ‘Dominga’ y coordinador de ‘MilenIA’, la Central de Datos e Inteligencia Artificial de Multimedios. Autor, entre otros libros, de ‘Los doce mexicanos más pobres’ (Planeta) y ‘El vocero de Dios’ (Grijalbo).
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