En días pasados la Presidenta electa anunció que se prepara para construir 3 mil o más kilómetros de vías férreas, sobre todo al norte del país, ampliando los mil 500 que entre el Interoceánico y el Maya ha hecho López Obrador. Por su parte, en una de sus más recientes mañaneras, el Presidente saliente apuntó que su hijo Gonzalo López Beltrán, también conocido como Bobby, le entrega cada 15 días un reporte de los avances del Tren Interoceánico, pero que esa supervisión es meramente honoraria: “Gonzalo ha ayudado como honorífico en el Interoceánico, pero no cobra y no va a trabajar en el gobierno… se va a hacer cargo de la fábrica de chocolates que tiene él en sociedad con Andrés”.
Curiosamente, Gonzalo fue captado hace cinco días entrando a la casa de transición de Claudia Sheinbaum. Nadie sabe a qué fue, pues la única declaración al respecto la dio la regenta, quien dijo que Bobby solo había pasado por allí a felicitarla. Con esos buenos modales, pero sin mayores alcances académicos o profesionales, Gonzalo llegó a ser líder de Morena en Tlaxcala, de donde salió para unirse a la campaña presidencial de su padre. De allí pasó brevemente por el departamento audiovisual de los Gigantes de San Francisco, y hoy, además de chocolatero, sin ser ingeniero, constructor ferroviario ni arquitecto, sino sociólogo, el Presidente lo nombró testaferro de uno de los proyectos de infraestructura más grandes del sexenio.
Esto le parecería apestoso hasta a Pepe le Pew, y eso sin saber que los hermanos y socios Gonzalo y Andrés fueron ya exhibidos traficando influencias en la compra de materiales defectuosos que sin duda pondrán en peligro a los hasta hoy venturosamente escasos pasajeros del Tren Maya; en los audios delatores escuchamos a su amigo y conecte, Amílcar Olán, cavilando sobre la posible futura tragedia para cerrar con un cervantino: “Cuando se descarrile el Tren Maya, ya va a ser otro pedo”.
En las mañaneras Reyna Ramírez le ha pedido al Presidente una y otra vez que explique su inacción ante tan contundentes evidencias de corrupción, y este le ha respondido siempre que son calumnias, que no hay pruebas. Hace pocos días López mismo retomó el tema, pero para ventilar los pormenores personales de los periodistas que han documentado este gran desfalco, acusándolos de crímenes, unos más inverosímiles que otros, mientras exonera con todo a sus retoñitos. Cuando Ramírez volvió a insistir en la necesidad de una investigación cabal, López Obrador, con mueca de enfado, solo le respondió: “¿Para qué?”.
Como medio de transporte los trenes son una chulada. Es un placer subirse a los magníficos, baratos y cómodos expresos de Europa, o a los silenciosos y limpísimos trenes bala japoneses. El problema es que en México se hacen sin estudios de impacto ambiental, que los pagamos todos para que se los regalen al Ejército, que los administran con apenas 10 de eficiencia y que con la venia de Presidencia le sirven de impune caja grande a los parientes de López.
Y vamos por dos veces más de esto, recargado y en segundo piso. Provechito.