Pongo aquí una verdad de cien kilos: los cuerpos de nuestros seres queridos desaparecen en la tierra o en el fuego, sus objetos se esparcen en el tiempo y terminan en el olvido, incluso las fotografías, esos momentos fijados para siempre en una imagen se vuelven amarillas y se desvanecen hasta volverse invisibles. Pero nadie puede enterrar una voz, esa permanece siempre. Y cuando parece que se apagó, regresa porque está dentro de nosotros y se irá sólo cuando nuestra voz le pertenezca a otros. Llegué a este eco mientras leía La voz sombra, el breve libro de Ryoko Sekiguchi.
Sin saber de esta magia de sonidos eternos, en casa ejercimos esa permanencia de la voz. A mediados de los años sesenta, amigos que venían de Europa traían una cinta grabada, quiero decir, una cinta enredada en un carrete. Un recado para mis padres: lo manda su hijo de Alemania.
Una máquina grabadora que los jóvenes no sabrían reconocer: el carrete entraba en breve poste y enlazaba su cinta hacia el otro carrete. Con una manija se ponía a rodar y empezaba a oírse la voz de Pepe. “Aquí el frío está de los mil demonios, madre, Cosa, ¿cómo estás?”. Los ojos brillantes de mis padres iluminaban la habitación.
Para todos tenía un comentario esa voz: ¿Lourdes sigue en el teatro?; Lupe, ¿tus estudios? ¿Alicia sigue con Marvin? Rafa, manis, ¿sigues con el Necaxa? Si él tenía 24 yo empezaba mis 10 con el campeonísimo, sí señor.
Las contestaciones tardaban meses, pero nunca faltaban. Mi padre traía la cinta y venían las respuestas. La mía era definitiva. Sí, Pepe: Antonio Piolín Mota, Pichojos Pérez, Cordobés García, Carlos Albert, Tomás Reynoso, Manuel Lapuente, Salvador Jiménez, Alfredo Romo, Javán Mariño, Dante Juárez y Agustín Peniche.
Recuerdo las palabras de mi hermana Lourdes: sí, milito para derrotar a la burguesía.
Mi hermano se llevó esas voces, pero no han desaparecido, un día volverán en la memoria de otros. He traído esto a cuento porque una mañana de hace pocos días escuché dentro de mí a Pepe. Frases de toda la vida: “vamos a hacer chillar la mosca”, “Ay, chilar te vas a helar” “Ay nanis, la cosa está fea”. Quise contestarle, pero eso no es posible con los ecos del pasado. Decía yo: las voces no se entierran ni se queman.