Leo noticias escalofriantes y siniestras de crímenes contra mujeres. Me pregunto, sin tener una respuesta a la mano, cuándo permitimos que las mujeres fueran abusadas, asesinadas, maltratadas. Pertenezco a una generación que vivió y presenció una auténtica revolución de la intimidad, ese momento en el cual las mujeres hicieron su aparición definitiva y cambiaron para siempre la cultura, la política, el trabajo, la alcoba, la vida diaria.
Durante la segunda mitad del siglo XX, una zona ilustrada de la sociedad se modernizaba mientras los gobiernos rechazaban los avances sociales. En materia de moral social ocurrieron transformaciones centrales a partir de los años setenta: la homosexualidad se incorporó a la vida cultural, la defensa de los derechos civiles se convirtió en una parte de la vida cotidiana, las drogas y el rock cambiaron la sensibilidad y, sobre todo, la liberación femenina se impuso y cambió al mundo.
Las mujeres protestan en las calles contra la violencia de género y los feminicidios. No recuerdo protesta más genuina y urgente. Mis voces interiores me traen una memoria infantil: lo mejor que me ocurrió en la vida fue crecer entre cuatro mujeres. Viví varios episodios de violencia familiar sin poder interrumpirlos. Mi padre castigaba de forma severa y no pocas veces golpeó a sus hijas: por cambiar cómics en la puerta de la casa, por llegar tarde después de un fiesta, no más de la una de la mañana, por besar a un novio en un pasillo del edificio que habitábamos.
Aprendí sensibilidades femeninas mientras ocurría en casa una rebelión silenciosa. Mi padre desquitaba algunos de sus fracasos en sus hijas adolescentes: busconas y prostitutas fueron las palabras menos duras que usó en contra de mis hermanas mayores. Así surgió un frente activo formado por mi madre y mis hermanas en contra de mi padre. Yo siempre quedaba del lado de las mujeres.
Al cabo de un rato, mis hermanas y mi madre se revelaron. Un golpe era devuelto con otro, un objeto lanzado al aire volvía sobre la cabeza de mi padre como un boomerang. Unos pleitazos. Mi padre amenazó a los novios de sus hijas. No pocas veces, vigilaba la entrada de la casa desde las doce de la noche. Se sabe, a partir de esa hora todo se vuelve oscuro, sucio, terrible. Un día, enloquecido por los celos, o por la locura machista, mi papá golpeó a un vecino confundiéndolo con el novio de una de mis hermanas. No exagero: días tristes. Hoy todo ha cambiado.