El aguacero arreció. Las alcantarillas no sirven, nunca desazolvan. Encharcamientos. El agua subía a niveles peligrosos frente a la casa de usted. Desde la ventana vi el chubasco y de inmediato traje el pasado remoto: en el año de 1519, en Tenochtitlán había cuarenta y ocho ríos que terminaban en lagos. Alexander von Humboldt llamó a ese sistema acuático la Venecia de América. Las aguas de Xochimilco llegaban al centro de la ciudad en donde se concentraba el comercio pluvial. Con el tiempo los torrentes fueron usados como basureros. Los lechos se convirtieron en albañales, los despojos arruinaron los afluentes y nadie dedicó sus obras a recuperarlos.
Y llovía a cantaros. Recordé la tromba del año 2006, no me refiero a la política, sino a la tarde en que enormes granizos reventaban los techos de los coches, rompían ventanas y los excusados expulsaban agua y hielo. Ya conté en otra página que la casa de mis padres se inundó y que ellos estaban perdidos en el más cruel de los laberintos de la vida: la alta vejez.
Me deshice del pasado, me arremangué los pantalones, me puse unos tenis y una chamarra con capucha y salí a enfrentar la hecatombe. El agua me llegaba a las rodillas. Los coches compactos ya ingerían cantidades de agua que alojaban en el interior. Mi camioneta aún podía salvarse. La moví con lentitud y la llevé a un lugar menos encharcado. Me sentí extraordinario, joven, audaz.
Mi padre era inventor. No se burlen, inventaba cosas imposibles. Después de aquella tromba decidió que nunca le volvería a tocar la desgracia de su casa inundada. Ideó una compuerta y un sistema de rieles.
Cuando venga la tromba, metemos esta compuerta de metal en los rieles, la bajamos y la casa permanecerá seca y tu mamá y yo viendo la televisión. Lo molesté: se puede ir la luz. No importa, me dijo, tenemos velas hasta para regalar. A nosotros no nos espantan las sombras.
Una compuerta. Me asomé por la ventana y vi con la claridad de una revelación a un vecino que abría la puerta de su casa y bajaba una compuerta de metal para contener los aguazales. Sentí culpa, no supe comprender el último invento de mi padre.
No iré al psicoanálisis para entender ese último acto de mi padre para proteger a mi mamá y así mismo. En lugar de la palabra llamaré a un herrero, le explicaré el invento de la compuerta y mi casa también permanecerá seca. Una diferencia, si se va la luz tengo una batería de lámparas y muchas pilas. Por cierto, mi hermano no se andaba por las ramas, mandó comprar una pequeña planta eléctrica. Sí, unos locos.